Opinión
Jueves 28 de Marzo del 2024 07:37 hrs

Arena Internacional


El liderazgo político de México no muestra otra cosa que una idiosincrasia anticuada basada en un profundo complejo de inferioridad que la pérdida de la mitad del territorio nacional en el siglo XIX nos dejó, y que, vale decir, una gran proporción de los mexicanos ya lo hemos superado

El día de hoy inicia una nueva era en la relación de México con EE.UU. Trump, con quien López Obrador se identifico plenamente por su estilo populista y demagógico de gobernar, es relevado por Joe Biden, un político profesional con larga historia en la administración pública y gobierno estadounidense, que seguramente será menos complaciente con el presidente mexicano buscando regresar a su país al liderazgo mundial que tuvo hasta 2017.

AMLO no ha ocultado su desagrado por la situación que prevea, sin llegar a enfrentarse abiertamente, sus omisiones y acciones han mostrado que, aun antes de tomar posesión, ya considera a su contraparte una piedra en el zapato.

Así, el liderazgo político de México no muestra otra cosa que una idiosincrasia anticuada basada en un profundo complejo de inferioridad que la pérdida de la mitad del territorio nacional en el siglo XIX nos dejó, y que, vale decir, una gran proporción de los mexicanos ya lo hemos superado.

Las apuestas que México ha realizado a lo largo de su historia; su fundación y su consolidación como nación han sido más conservadoras que las apuestas del contraparte norteamericano. La revolución industrial del siglo XVIII comenzó en Inglaterra y fue rápidamente adoptada por Europa Occidental y Estados Unidos por contar con sociedades más libres e igualitarias. Mientras en sociedades más feudales, con mayor concentración y menor libertad, como México, se opto por desarrollar las industrias extractivas y de producción agrícola en tono con una población con menos igualdad y libertad.

La independencia de México no dio pie a una sociedad más libre e igualitaria, las diferencias sociales y la concentración del poder, aun con grandes avances en las últimas 3 décadas, se han mantenido hasta el siglo XXI.

Los constantes conflictos por acaparar el poder en México, y la dinámica expansionista de la sociedad Norteamericana, que garantizaba la propiedad y daba igualdad política a aquellos que ocuparan y trabajaran la tierra, dieron pie a dos hechos inevitables hacia la mitad del siglo XIX, la separación del territorio de Tejas y, posterior, anexión a EE.UU. y la venta, casi regalo, de los estados de Alta California y Nuevo México.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción de Europa y Oriente generó grandes oportunidades de desarrollo para países con economías basadas en industrias extractivas y agrícolas como México. En un mundo bipolar, la cercanía con uno de los polos – EE.UU. –, forzó a la clase en el poder a crear una retórica de oposición al atractivo del desarrollo norteamericano, para mantener y consolidar la unión nacional que, ante el fantasma de la escisión del siglo anterior, se veía amenazada. En las escuelas y universidades se fomentaba la idea del vecino del norte como un peligroso enemigo; un poder imperialista que busca aprovecharse de la bondad del mexicano.

Para aquellos que nacimos después de 1965 esta idea cambió. Los movimientos sociales de libertad y democracia, y la globalización de un mundo multipolar nos enseño a ver a los países desarrollados a los ojos, como iguales. Aprendimos el valor de la colaboración cultural, industrial y comercial, nos supimos capaces de competir uno a uno contra los mejores del mundo, sin intimidarnos, conociendo nuestras capacidades. Nos supimos ciudadanos del mundo.

En 2018 todo eso regresó al pasado, botamos la competencia en la arena internacional y nos volvimos a constituir como víctimas, nos tornamos incapaces de sentarnos a la mesa a negociar un futuro de ganar-ganar para todos. Hundimos la cabeza en el sueño de la gloria prehispánica y la falacia de la felicidad en la miseria. Para ello Trump le cayó como anillo al dedo a López Obrador; mientras no se metiera con sus desatinos y ocurrencias internas, no importaba que lo tratara como perro, a cariños o patadas dependiendo del humor.

Ahora hay otro interlocutor en el vecino del norte. Los lazos que nos unen son mayores que nunca, al gobierno Joe Biden le interesa lo que sucede alrededor del mundo y en México. Para el gobierno de López Obrador será una piedra en el zapato, para el resto de los mexicanos será una esperanza de vernos a los ojos, de nuevo, en la arena internacional. Tristemente la esperanza de México hoy comienza en Estados Unidos.






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Fuenteovejuna

El Tren Maya se descarriló igual que el gobierno. Siempre víctima, aduce sabotaje y, claro, encubre la tranza del balastro vendido por los socios de sus hijos…

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