Ítaca
En el Espejo de Trump
El costo de abrirle la puerta a los autócratas es carísimo para un país, especialmente cuando los valores totalitarios de esos absolutistas comienzan a enraizarse en la sociedad. Ninguna democracia debería permitirlo
El párrafo es de Enrique Krauze:
Sembró odio, polarizó al país, degradó el lenguaje político, repudió las reglas escritas, transgredió las reglas no escritas, insultó a la prensa, difamó a sus críticos, mintió por sistema, menospreció a la ciencia, desdeñó el cambio climático, desgarró familias migrantes, humilló a las mujeres, despreció a las víctimas, encomió a los victimarios, incrementó la pobreza, aumentó el desempleo, subió la inseguridad, destruyó las instituciones, desechó a generaciones de servidores públicos, devaluó la educación pública, encarnó el culto a la personalidad, mimó a los dictadores, abandonó el multilateralismo, abrazó el aislacionismo, subyugó al Poder Judicial, avasalló al Poder Legislativo, alardeó de ser figura histórica, manipuló los símbolos religiosos, fortaleció a los evangélicos, alentó el racismo, alimentó el clasismo, promovió a su familia, prohijó negocios ilícitos, ignoró al fisco, canceló el seguro médico universal, minimizó la pandemia, politizó el uso de cubrebocas, desacreditó a los expertos en la pandemia, padeció incontinencia mediática, aspiró a autocracia, minó a la democracia, pisoteó las libertades.
El texto fue escrito por el historiador unos días después de la derrota electoral de Donald Trump frente al demócrata Joe Biden. Titulado “Adiós al 45º Presidente de Estados Unidos”, el escritor quiso subrayar en un puñado de palabras el legado del magnate neoyorquino tras cuatro años en la Casa Blanca.
A nadie escapa el juego de Krauze. Se trata, sí, de un compendio revisionista de las formas de hacer política del presidente más controversial en la historia moderna de Estados Unidos. Pero se trata también de una advertencia de los riesgos para una sociedad cuando nadie pone límites al desenfreno de una personalidad autócrata.
El párrafo de Krauze viene a insistir en la parte más obscura de la herencia trumpiana: una sociedad partida en dos, la falta de respeto por los adversarios políticos, una política de odio, la ausencia de un proyecto de nación y el debilitamiento de las instituciones democráticas.
No es ocioso el doble sentido del resumen. El historiador redactó el texto sobre la actuación política del presidente de la nación más poderosa del mundo pensando en el delicado momento de México, cuya sociedad avanza a pasos acelerados hacia la polarización.
El legado de la gestión de Trump no termina, por desgracia, de un día para otro. En Estados Unidos medios de comunicación y analistas lo han dejado en claro: sólo dejará la Casa Blanca lanzando golpes a los demócratas y tirando patadas a todos sus adversarios sean reales o imaginarios.
Pero eso no es todo. Nadie sabe cuánto perdurará su herencia en el entramado de la sociedad norteamericana. Su figura es —y seguramente seguirá siendo— un referente simbólico para muchos ciudadanos de la Unión Americana.
The New York Times ha planteado esta realidad lacerante: a pesar de cuatro años de escándalos, reveses, juicio político y el brutal brote de coronavirus con sus más de 238 mil estadounidenses muertos, Trump recibió al menos 71 millones de votos, 8 millones más que en el 2016.
En otras palabras, obtuvo más del 47 por ciento del voto popular de los estadounidenses. El neoyorquino es, en sí mismo, una fuerza política. Tiene el apoyo de amplios sectores del Partido Republicano, la simpatía de no pocos medios de comunicación, gran parte del empresariado lo ve con buenos ojos y, si todo eso no bastara, tiene 89 millones de seguidores en Twitter.
¿Por qué tendría que abandonar la escena política en los próximos años? Sigue vivo con toda su historia de discordia, inquinas, desacuerdos y rencores sembrados. Su núcleos de seguidores duros seguirán activos y seguramente tratará de responder a ellos en los próximos años. Hay quienes lo ven como el próximo líder factual del Partido Republicano y hay quienes lo ven preparando ya su campaña presidencial para el 2024.
Ese es el fondo de la tragedia: la meteórica carrera de Trump no terminará el próximo 20 de enero, cuando Joe Biden asuma el poder de Washington. Trump estará ahí con toda su herencia negra.
Krauze habla de la manda trumpiana con verbos en pasado (pisoteó, difamó, polarizó, degradó, humilló, despreció, destruyó, subyugó, desacreditó, mino). Hacer que esos verbos queden en el pasado y no en el presente será un desafío titánico para los sectores democráticos de aquel país. Que los electores hayan echado a Trump del poder es una señal de esperanza. Una gran noticia. Las democracias, escribió alguien, suelen rectificar. Estados Unidos lo hizo esta vez.
El proceso de cicatrización debe comenzar de inmediato. Sacar a Trump de la Casa Blanca fue sólo el inicio. La heridas siguen abiertas, la amenaza dictatorial está latente y el acoso a la democracia no cesará por ahora. Las premisas expuestas por Krauze siguen vivas. Sin embargo, las lecciones están ahí: el costo de abrirle la puerta a los autócratas es carísimo para un país, especialmente cuando los valores totalitarios de esos absolutistas comienzan a enraizarse en la sociedad. Ninguna democracia debería permitirlo. Ni en Estados Unidos, ni México ni ningún país que se precie de ser democrático.
Galerín de Plomos:
La violencia sigue sin freno por todo el país. El activista Adrián LeBarón ayer tuiteó este mensaje sobre el nivel de esa violencia: “Hagamos visible la otra historia de terror: cuatro ejecutados en Caborca, Sonora, entre ellos un niño de cuatro años. ¿Se imaginan si le tocó ver los hecho? Eso es el infierno en la tierra. Y hay gente que se atreve a decir que los cárteles ya no mandan. En un país de ciegos, prendamos la luz”.