Opinión
Lunes 15 de Abril del 2024 22:19 hrs

Remembranzas

Investiga el país al que vas


En una ocasión, cuando vivía en París, un grupo de compañeros de Pemex decidimos ir, en las ya cercanas vacaciones de verano, a un lugar exótico, y con esto quiero decir, un país cercano que no fuera alguno de los mismos que visitábamos con relativa frecuencia. El destino nos reveló, en la forma de una gran oferta en vuelos y hoteles, el lugar adecuado: Estambul, Turquía. Yo, además, convencí a mi primo Juan José y mi amigo Gustavo (en esa época compartíamos los tres un departamento), de que se unieran a la expedición.

En una pequeña agencia turística (que estaba al otro lado del edificio donde vivíamos, cerca de la esquina de la calle Monsieur Le Prince y el Boulevard Saint Michel) nos mostraron fotos del hotel al que llegaríamos, y por la compañía hotelera, Marriot, cerramos trato de inmediato. Fijamos fecha, hicimos todos los arreglos y nos preparamos para irnos a la frontera con Asia.

Debo aclarar que cuando señalé que fuimos a una pequeña agencia es porque era verdaderamente reducida, tanto que tuvimos que entrar en fila india, tenía sólo un escritorio minúsculo y detrás estaba la mujer que atendía, la cual, por su aspecto, era incuestionablemente turca. Su barba y bigote, que enmarcaban sus labios pintados de un rojo intenso, no dejaban duda. Además, su francés, con un fuerte acento turco, y el nuestro, igualmente intenso, de español, producían un estruendoso ritmo musical extrañamente cacofónico. Creo que debimos haberlo registrado para cobrar derechos de autor.

Llegado el día, salimos muy temprano para el aeropuerto de Orly. Íbamos emocionados, no lo niego. Salimos con retraso, pero al anochecer llegamos al aeropuerto de Estambul. Nos pidieron quedarnos en nuestros asientos, pues debido al golpe de Estado que acababa de llevarse a cabo, había toque de queda. Nos hicieron descender en extremo orden, subir a los autobuses que nos llevarían a la terminal, en donde pasaríamos no sólo la aduana sino también la noche, pues el toque de queda comenzaba a las 8 y ya eran las 9.

Estábamos impactados por la noticia, no teníamos idea del golpe de Estado y mucho menos del toque de queda. Cuando íbamos bajando las escaleras del avión pudimos ver que el aeropuerto estaba rodeado de tanques de guerra y había muchos militares armados. En verdad fue impresionante; para colmo, no entendíamos el idioma. En la aduana los sorprendidos fueron los turcos cuando les dijimos que íbamos de vacaciones. Al ver los pasaportes y leer “México”, pusieron cara de “¡Ah, con razón!” y nos dejaron pasar.

Fuimos por las maletas, las revisaron soldados mal encarados, y nos pidieron pasar a la sala de espera para pasar la noche. A las siete de la mañana nos avisaron que podíamos tomar los autobuses. Le indicamos al policía de la puerta el hotel al que llegaríamos y nos señaló el autobús que debíamos tomar. Durante el recorrido lo que más nos llamaba la atención era la cantidad y el aspecto de los tanques y tanquetas con militares metidos en ellos, pues sólo les veíamos la cabeza.

Llegamos. El hotel estaba espléndido y nos dieron una gran bienvenida con un desayuno gratis, mientras preparaban las habitaciones. A las 10 de la mañana se presentó el guía que nos llevaría, los ocho días de nuestra estancia, a conocer las maravillas de Estambul. Hablaba muy bien el francés y era muy amable, y nos pidió disculpas por la situación en que encontramos su país. Después de subir a un minibús con otros huéspedes del hotel que habían tomado el tour de ese día, comenzó el viaje.

El guía primero nos contó una versión muy resumida de la historia de Turquía y luego de la ciudad, y dijo que Ankara era la capital del país, pero estaba bastante lejos de Estambul (quizá para disuadir al despistado que estuviera pensando en ir, en esas circunstancias, a conocerla también). Fue un recorrido por todos los lugares que en los siguientes días visitaríamos más despacio.

Pasamos por Topkapi, un gran palacio de jefes otomanos y ahora un gran museo. Nos mostró por fuera el gran Bazar, que tiene 56 calles o pasillos y más de 3,000 tiendas de todo tipo, desde grandes establecimientos de renombre hasta unos pequeños comercios de especias raras y, por supuesto, de dulces, recuerdos, etcétera. También nos mostró la cisterna de la basílica, conocida como el Palacio Sumergido, y nos dijo que podíamos visitarla en ese momento, que aprovecháramos pues tenía horarios muy restringidos. Todos bajamos y pudimos apreciar, en verdad, un palacio bajo tierra y con agua, con cientos de pilares y con una iluminación que la hacía lucir como un lugar fantástico. Luego fuimos a una mezquita normal para que pudiéramos luego apreciar la mezquita Azul y la Basílica de Santa Sofía.

Al entrar vimos cómo los hombres rezaban en el frente y las mujeres atrás y, sobre espacios elevados, a los costados del lugar. Todos hincados en sus tapetes. Ahí quise mostrar mi inclinación por los derechos humanos y le dije al guía que era discriminación dejar a las mujeres atrás y a los lados. Me vio en silencio por un momento y luego me explicó que el motivo era por la manera que tienen los musulmanes de hacer sus plegarias; si los hombres tuvieran a una mujer delante, inclinándose varias veces, no podrían concentrarse al tener a la vista el trasero de la mujer. Le di toda la razón. Era muy lógico. Continuamos hacia el Bósforo, el río que separa a Estambul en dos y que separa a Europa Oriental de Asia Occidental. Lugar al que luego regresamos para ir a tomar un café en Asís.

En algún momento nos dimos cuenta de que dos amigas y compañeras de la oficina, Lucy y Nora Patricia, que eran inseparables, y a quienes por su frágil y graciosa figura llamábamos “Las Meninas”, no entraban a las mezquitas. Luego descubrimos que no entraban porque en esos lugares es necesario descalzarse y ellas escondían su dinero dentro de sus zapatos, para evitar que lo robaran. A mí se me hizo ingeniosa la treta e hice lo mismo. En la noche llamé a un médico pues mis pies estaban sangrando. No me dijeron que no había que echar las monedas en los zapatos. Suerte de uno, virgen en esas travesías.

Una de las noches de turismo, para lo cual nos tramitaron un permiso especial por el toque de queda, fuimos a un centro nocturno donde se bailaba el tradicional baile del vientre; ahí, una de mis compañeras de trabajo, Selene Serrano, me exprimió mis dólares para colocarle a una bailarina, con gran esfuerzo, cada billete de a dólar entre la cinta de la falda y la lonja del vientre, que no dejaba de moverse. Después de que Selene lograba insertar, de manera heroica, cada billete, yo le lavaba la mano con una copa de licor turco que más parecía desinfectante.

Otra noche, cuando volvimos luego al hotel, Juan, mi primo, decidió tomar fotos de un tanque. Me dijo, “No sé qué pasa, no logro enfocarlo”. Entonces nos dimos cuenta de que no lo podía enfocar bien pues el vehículo venía muy rápido hacia nosotros, y los soldados nos gritaban algo. Al tener el tanque a pocos metros de nosotros con el cañón apuntándonos, entendimos que nos decían que no tomáramos fotos (y eso sin entender ni una palabra de turco). Juan bajó la cámara y pudimos entrar al hotel sin problemas.

Al ir entrando, me di cuenta, y lo dije en voz alta, que se me habían acabado los cigarrillos. Gustavo, muy amable, me dijo “Yo voy a comprarlos”. Corrió hacia una tienda al otro lado de la plaza, pero ya era la hora del toque de queda. Desde el hotel le gritábamos Juan y yo a Gustavo que regresara, pero no nos oyó. Y veíamos, con creciente angustia, que la plaza y las calles adyacentes se iban llenando de soldados y más tanques. Entonces vimos a Gustavo, que estaba en medio de la plaza, hablando con unos soldados, y vimos que les mostraba el pasaporte, supusimos, y descansamos al ver que le dieron el paso, para que siguiera. Unos momentos después regresó Gustavo y me dio los cigarros. Le preguntamos qué les había dicho a los soldados. “Que iba por cigarros, y les ofrecí una cajetilla. Les expliqué que estábamos en el hotel y me dejaron pasar”.

Lo que vimos en Estambul fue maravilloso, cada lugar que visitamos era impresionante, pero ese viaje me hizo comprender una cosa: que hay que informarse bien acerca del país que va uno a visitar.






OPINION

Fuenteovejuna

Mal pintaba el 2 de junio para Morena en su bastión de CDMX; ahora peor, se ahoga en agua contaminada, con las usuales manipulaciones, mentiras y evasivas…

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