Opinión
Jueves 28 de Marzo del 2024 09:54 hrs

El Mesón de San Antonio

La Muerte del 10


Con la muerte de Diego, el diez mágico, se pondrá dar una dimensión real del ser humano y la leyenda. Su talento futbolístico está fuera de cualquier delectación. Su vida privada le dará la reputación suficiente para seguir considerándolo una persona de excepción.

¿Podrá la mesura imperar en la vivencia de una pasión?

Nuestra vida, seamos hombres o mujeres, está pautada por la cotidianidad. Lo cotidiano impera en las cosas que hacemos, por eso lo extraordinario se desborda con las gesticulaciones propias que hacen suponer una pasión.

“Cotidiano es un adjetivo que hace referencia a algo diario, habitual o frecuente”.

Si lo rutinario marca las acciones de nuestro quehacer, cuando sucede algo que lo desborda estamos en presencia de la pasión.

“La pasión (del verbo en latín, patior, que significa sufrir o sentir) es una emoción definida como un sentimiento muy fuerte hacia una persona, tema, idea u objeto. Así, la pasión es una emoción intensa que engloba el entusiasmo o deseo por algo”.

En esta semana pasada se produjo una emoción fuerte que rompió con la cotidianidad: murió Diego Armando Maradona, Dieguito, Pelusa, el Crack, el Pibe de Oro, el ídolo de canchas de futbol mundial. Nacido en Argentina en 1960, murió a los 60 años de edad.

Recorrió el mundo con su virtuosismo de conducción de pelota, resistencia atlética fuera de serie, golpeteo de balón prodigioso, con una intuición innata de percibir el campo como una mesa de billar donde las carambolas de fantasía ocurrían en sus pies, esos pies que hacían ver jugadas divinas en sus ejecuciones.

Nació para el futbol y lo demostró desde temprano. Su debut en la primera división argentina fue en el ’76, a diez días de cumplir 16 años de edad. Cuando llega a Boca Juniors ya está en los seleccionados que gana para su país en 1978, en 1982 ya está en el futbol europeo, juega en Barcelona y luego para el Nápoles, equipo que alcanza, gracias al astro, su primer título de liga.

En el mundial México 1986 se consagra como el ídolo, el D10S, el grande Maradona, el inmortal Maradona que lo lleva a provocar delirios de fanáticos que, atentos a sus grandes victorias, coreaban sus desplantes. ¿Quién no recuerda el gol anotado a Inglaterra con la mano de Dios?

La pasión le ganó, le jugó mala nota, la cotidianidad se nubló con permisos que fueron, para él y sus cercanos, un aturdimiento nefasto que le fue concedido, o cuando menos disimulado, de su simpatía a los excesos con droga y la vida nocturna. La gloria ganada con su esfuerzo y virtud rodaba a la par de la pelota sin que hubiera control. No guardó mesura ni mucho un recato, se expuso demasiado y murió antes de lo que le hubiera gustado.

¿Le tocaba morir así de apresurado? Siempre será un tema de interminable discusión. Los aficionados opinarán que se adelantó la muerte, los pasionarios dirán que era su tiempo. Ahora con la muerte de Diego, el diez mágico, se pondrá dar una dimensión real del ser humano y la leyenda.

Su talento futbolístico está fuera de cualquier delectación. Su vida privada le dará la reputación suficiente para seguir considerándolo una persona de excepción.

Juan Villoro en su libro “Dios es redondo” comenta: “Maradona había metido goles de locura, pero cierta prensa prefería sus fotos vestido de mujer en una fiesta de Careca o mostrando la mirada brillosa de quien ha desayunado algo más explosivo que un cereal. El divo era blanco fácil porque ignoraba la noción de limite.”

Maradona es el fenómeno futbolístico, se convirtió en un dios reverenciado, claro que los argentinos hacen su labor de glorificación. Son parciales, apasionados en el tema Maradona y tienen razón los porteños al decir “nadie me ha dado tanta felicidad en la vida”

Su cuerpo fue homenajeado en la casa Rosada, sede de los poderes de gobierno, gran distinción para los héroes que triunfan en Argentina.

Diego Armando Maradona ha muerto y según Villoro, puso con ello en práctica el mejor recurso de los dioses: la resurrección y la vida eterna.






OPINION

Fuenteovejuna

El Tren Maya se descarriló igual que el gobierno. Siempre víctima, aduce sabotaje y, claro, encubre la tranza del balastro vendido por los socios de sus hijos…

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