Opinión
Miercoles 24 de Abril del 2024 23:37 hrs

¡AL HUESO!

Sí, aquí estás, en mi corazón…


En nuestro país hoy, la diaria protesta por las desapariciones -en especial de las jovencitas- y por la incapacidad o falta de interés de las autoridades de todos los niveles, está generando creciente ruido. El germen de un movimiento nacional en torno al problema está presente.

“Nadie debe arrebatarle a una madre la ilusión de encontrar a un hijo desaparecido”. Rosario Ibarra.

 

Ninguna tragedia tan agobiante para una familia como la desaparición de un integrante, drama que se prolonga al círculo inmediato de amigos y compañeros de actividades.

Ese dolor se multiplica al infinito en el caso de las madres.

Y en México tenemos hoy una dramática deshonra nacional de más de 100 mil mujeres y hombres que se encuentran en calidad de “no localizados”.

De ese tamaño es el dolor y la vergüenza.

Alejandro Encinas, Subsecretario de Derechos Humanos de Gobernación, acusó que la actual administración recibió expedientes de 40 mil desaparecidos.

Lo hizo cabizbajo, porque esa cifra muestra que en poco más de tres años de este sexenio, se han sumado al menos otras 60 mil personas ausentes.

En general, poca atención y solo obligado apoyo han prestado los diferentes órdenes de gobierno a la angustia de quienes los buscan.

Ni siquiera la Comisión Nacional de Derechos Humanos, encabezada por Rosario Piedra Ibarra, aunque la desaparición de su hermano Jesús motivó a su madre, la recién fallecida activista Rosario Ibarra de Piedra, en una exigencia de décadas que impulsó profundos cambios en la conciencia nacional y fue razón preponderante en la creación de la propia CNDH.

Han sido precisamente las madres quienes han encabezado los recorridos en distintos territorios, tratando de encontrar lugares en que existen restos humanos, para luego tener que luchar hasta conseguir que se proceda a su exhumación e identificación.

Reciben promesas sin concreción, negativa de apoyos por supuesta falta de recursos, pero en un esfuerzo incansable, casi siempre con sus propios medios, investigan, reúnen y compaginan información y bajo amenazas -incluso de quienes deberían respaldarlas-arriesgan sus vidas en largos y pacientes recorridos por terrenos inhóspitos.

Son ellas también a quienes revictimizan los que acusan a desaparecidos y desaparecidas de conductas irregulares, supuestos ilícitos o complicidades, como si ello pudiera justificar el delito mayor de su desaparición y el desinterés de las autoridades.

Como sucede en las balaceras y masacres, cuando la primera actitud de la autoridad -y hasta del propio Presidente- es justificarse argumentando que fue “un enfrentamiento entre grupos delictuales”.

Una y otra vez, primer paso para congelar la investigación de hechos y dejar que el tiempo los lleve al olvido.

La Comisión Nacional de Búsqueda, con recursos insuficientes, y por ende capacidades limitadas, parece más una instancia justificadora que una capacidad de solución.

En nuestro país hoy, la diaria protesta por las desapariciones -en especial de las jovencitas- y por la incapacidad o falta de interés de las autoridades de todos los niveles, está generando creciente ruido. El germen de un movimiento nacional en torno al problema está presente.

Si bien es una situación que con distinto origen han enfrentado muchos otros países, como los del sur del continente bajo el imperio de las dictaditas militares promovidas por Washington, en algún momento se han generado procesos de conciencia -por no decir de culpa-, con el Estado asumiendo la responsabilidad en la búsqueda o al menos en la aclaración de hechos.

Ese remordimiento ha dado paso al enjuiciamiento y castigo de responsables de todos los niveles de poder, por autoría directa, intelectual, complicidad, inacción o encubrimiento.

En prácticamente todos los casos, las personas no localizadas han perdido la vida, pero hoy al menos sus madres y deudos saben que sucedió, cual fue el destino y ven a los autores que se ha identificado enfrentando la responsabilidad y purgando sus delitos.  

Pueden asumir y digerir su duelo.

El caso más emblemático es el de las “Madres de la Plaza de Mayo” en Argentina, quienes no solo recuperaron nietos robados por militares y marinos después de torturar y asesinar a sus padres, sino que llevaron a los responsables a tribunales y constituyeron con su porfía uno de los factores determinantes que en su momento abonaron la caída de la dictadura en ese país.

Por ello, en este 10 de mayo las madres mexicanas que hoy no claudican en la misma lucha merecen no compasión, no lágrimas, no miradas piadosas, sino aliento, apoyo y fuerza para que avancen en su lucha, que definitivamente por moral es la lucha de todos los que tenemos conciencia. 






OPINION

Fuenteovejuna

Siguiendo la lógica de López Obrador, los 185 mil asesinatos en su sexenio no son resultado de los abrazos, sino un montaje publicitario contra su gobierno…

www.infonor.com.mx