¡Al Hueso!

Vecinos Menos Distantes

Las nuevas políticas estadounidenses, visto el programa de gobierno y los compromisos asumidos por Biden, se traducirán muy temprano en presiones sobre medio ambiente y energía, dos aspectos en que el actual gobierno mexicano ha puesto camino al pasado, vulnerando incluso el acuerdo trinacional

“Si los diplomáticos se dedicaran a cantar, tendríamos menos guerras”. Chavela Vargas.

Marcada por la prepotencia de uno y la genuflexión del otro, la relación bilateral entre Estados Unidos y México tuvo su peor etapa en los dos años en que coincidieron los mandatos de Donald Trump y López Obrador, con el signo negativo marcado sobre nuestro país.

Resulta paradójico, por ejemplo, que un presidente como Peña Nieto, acerca del cual predomina el recuerdo de político tonto y calavera, tuvo los arrestos necesarios para poner un límite a los desatinos verbales de Trump.

Y paradójico también es que, en contrasentido de su imagen de junior entrometido, haya sido Jared Kushner quien ejerció tras bambalinas un papel diplomático fundamental en la relación binacional, al morigerar los extremos a que frecuentemente llevaban los exabruptos de su suegro.

Como lo planteó con claridad en su discurso inicial Joseph Biden y lo hace necesario la desastrosa realidad nacional que le heredan, sus prioridades inmediatas están enfocadas al escenario interno, principalmente a rescatar la unidad nacional, fortalecer una economía en inanición y controlar la pandemia.

Lo demostró con sus inmediatas decisiones ejecutivas, centradas fundamentalmente en la problemática interna, en cumplir los primeros compromisos de campaña, y hacia afuera en reordenar los desastres ingentes que dejó su antecesor, principalmente en salud, derechos humanos-migración e interacción con la comunidad internacional.

Bajo esas condicionantes, y al margen de las llamadas telefónicas y cordialidades formales, definitivamente la relación con México tendrá un cambio significativo y será el de la profesionalización, con regreso de la diplomacia en tono y acción a la esfera del Departamento de Estado y la dureza que impone su efectividad.

Exceptuando el mandato de Trump, una somera revisión de la histórica relacional entre los dos países muestra que a México le ha ido mejor con los republicanos que con los demócratas, más racionales, pero también más inflexibles en la defensa de sus intereses.

Y en el tiempo actual, fuera de lo anecdótico de si desde Palacio Nacional en actitud de sadomasoquismo político se ansiaba la reelección y más allá de los últimos oportunistas e inútiles engallamientos de nuestro presidente, prevalecerán los intereses que marquen las nuevas políticas estadounidenses.

En lo inmediato, visto el programa de gobierno y los compromisos asumidos por Biden, se traducirán muy temprano en presiones sobre medio ambiente y energía, dos aspectos en que el actual gobierno mexicano ha puesto camino al pasado, vulnerando incluso el acuerdo trinacional.

En lo económico y ligado a un cambio de óptica y tono en la forma de enfrentar el fenómeno de la migración, la nueva visión contraria a la de Trump se encamina a favorecer el desarrollo de fuentes de empleo en nuestro país y en los inmediatos de Centroamérica, que aminoren la presión sobre su frontera.

Fue parte sustancial del planteamiento de Biden en la plática telefónica del viernes y en ello jugará un papel preponderante Roberta Jacobson, diplomática de carrera, exembajadora aquí y conocedora profunda de nuestra realidad, designada por Biden coordinadora de la frontera en el Consejo Nacional de Seguridad.

En el caso específico de Coahuila, la conjunción de esa próxima estrategia con los nuevos y estrictos parámetros de contenido regional que marca el T-MEC, redobla tarea para Desarrollo Económico, al ampliar posibilidades para atraer nuevas inversiones, no solo asiáticas ni en los rubros tradicionales.