Opinión
Viernes 19 de Abril del 2024 06:17 hrs

A Quemarropa

Populismo y Democracia


Detener la debacle originada por el populismo es posible, pero ello implica la toma de decisiones razonadas con base en el bien común y el ajuste a la realidad

El populismo es un mal propio de la democracia.

Cuando se gana con votos de una mayoría, más que velar por los intereses y el beneficio de la comunidad, lo que se busca es generar propuestas que sean del agrado del pueblo, así le cause daños a corto, mediano o largo plazo, así termine sumiéndolo en la miseria o esclavizándolo.

En México hemos iniciado, de nueva cuenta, la espiral creciente del populismo.

López Obrador la reinició en 2001, cuando al ganar la jefatura de gobierno en el Distrito Federal, generó el programa 60 y más, para apoyar económicamente a las personas de la tercera edad.

Vistos los resultados electorales de la medida, quienes lo criticaron de inicio, impulsaron lo propio, como lo hizo Vicente Fox en 2006.

La espiral ha crecido hasta nuestros días con programas de monederos o tarjetas para madres solteras, ninis, estudiantes y todos aquellos que puedan representar una clientela electoral.

La espiral populista ha contaminado también a todos los sindicatos del país, pues para ganar las respectivas dirigencias hay que ganar las voluntades de sus afiliados, defendiendo lo indefendible, en muchos casos en detrimento de las empresas públicas y privadas.

 Todos nos quejamos de los privilegios de otros, hasta que nos toca recibirlos y en ese momento los defendemos a ultranza.

El problema del populismo es que acaba con la economía y genera un proceso de dependencia, ambos efectos devastadores para cualquier nación.

Pero ¿a quién le dan pan que llore?, reza el refrán.

Con el más grande e importante proceso electoral en puerta, nos encontramos con candidatos que prometen lo imposible, amenazan, manipulan y utilizan todo tipo de artimañas para ganar el voto.

Detener la debacle originada por el populismo es posible, pero ello implica la toma de decisiones razonadas con base en el bien común y el ajuste a la realidad en aras de reencauzar el proceso de edificación de una sociedad próspera, generando políticas públicas que generen, precisamente, prosperidad.

El problema radica en que las medidas necesarias resultan impopulares y en muchos casos dolorosas, generando una reacción adversa en el próximo proceso electoral para quienes buscan retomar el rumbo del progreso, haciendo ver que el populismo llegó a México para quedarse.

Resulta urgente desaparecer los programas clientelares a escala federal, estatal y municipal, que no tienen objetivos, metas, indicadores y forma de medir su impacto en la sociedad, pero si electoralmente.

Resulta urgente detener a los gobiernos que aplican sus programas sociales con bases partidistas o de manipulación electoral y sancionar a sus gobernantes.

Resulta urgente abrir los ojos, pero sobre todo el poder aplicar los mecanismos legales existentes para obligar a los gobiernos a que se dediquen a implementar políticas públicas de auténtico beneficio social a corto, mediano y largo plazo.

El 6 de junio podremos dar el primer paso, pero habrá que tener la decisión suficiente de enfrentar los retos posteriores que ello implicará, si deseamos realmente salvar al país.

El problema de fondo es que el populismo es un mal propio de la democracia.






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