Carlos Manzo no era sólo un alcalde. Era un símbolo de resistencia, de organización popular, de dignidad frente al miedo. Su asesinato no puede ser relativizado, ni minimizado, ni instrumentalizado. Y quienes lo exigen no pueden ser tratados como adversarios, sino como defensores de la vida pública.
Es en las crisis cuando se demuestran las entrañas de los políticos y ante el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, se vio a la Presidenta desarmada, arrinconada por la realidad y, en su enojo ante los hechos, prepotente. Buscó cargar culpas antes que asumir las propias, sobre todo haber dejado solo al edil y a su gente ante la delincuencia.
El mes de octubre, fue excepcionalmente trágico para la Presidenta, su movimiento, los ciudadanos y la nación.
Con muy esporádicas apariciones públicas desde que entregó el poder, las más recientes -y con ellas sus declaraciones- han generado enojo en la cúpula del poder, porque han sido dardos certeros para mostrar y cuestionar la destrucción de la democracia en México.
La oferta hecha, el precio de garantía, es un cálculo financiero que hizo alguien ajeno a la realidad de estos mexicanos, con una visión limitada, a partir de reportes, análisis y directrices financieras que poco explican el drama que se vive en el campo.