¡AL HUESO!
El país de André
En el pasado siglo, prácticas políticas y costumbres y atavismos sociales situaron a México como ejemplo de surrealismo, imagen que comenzó a superarse a partir de la presión ciudadana que abrió la democratización. Hoy está de vuelta en el discurso del poder, que disfraza la realidad, y en decisiones como el absurdo nombramiento de López Gatell.
“No volveré a México. No soporto estar en un país más surrealista que mis pinturas”. Dalí.
¿Mito o realidad? A través de los años ha permanecido una anécdota supuestamente vivida durante su estancia en México por el gurú surrealista André Breton.
Instalado en la casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, se dice, el escritor francés ideo regalarles una mesa de teca mexicana y encargó su realización a un hábil carpintero morelense, al que entregó un dibujo esquemático realizado en perspectiva.
Para su sorpresa, cuando fueron a recoger el mueble encontraron que el competente artesano lo había realizado siguiendo exactamente la perspectiva del dibujo, con las patas traseras más cortas que las delanteras.
Esa vivencia justificaría la posterior definición que hizo Breton del país: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”.
La anécdota (o leyenda) fue revivida en los inicios del sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cuando sin saber que hacer con el voluminoso Eduardo Pesqueira Olea, secretario de Agricultura en el gobierno anterior, el mandatario tuvo la puntada de enviarlo como representante de México ante la FAO.
En ese momento, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura atendía una emergencia de hambruna en Etiopía y el envío del “gordo” Pesqueira se convirtió en caricaturas y bromas cotidianas de la época, con rango desde considerarlo una burla, hasta señalar que los atormentados etíopes no eran caníbales.
Todo viene a cuento por el desatinado nombramiento de Hugo López Gatell, “doctor muerte”, como representante de México ante la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra, cargo que -apuntó oportunamente Joaquín López Dóriga- ni siquiera existe.
Absolutamente surrealista premiar con un cómodo castigo al responsable de la mayor tragedia en salud del país, cabeza de la infame liviandad para enfrentar la pandemia de Covid-19, que ocasionó el contagio de casi 8 millones y la muerte de más de 800 mil, dejando a México en la triada de los mayores afectados por la emergencia.
La comisión investigadora de la pandemia, encabezada por el doctor Jaime Sepúlveda Amor, determinó que Gatell precisamente cuestionó y desestimó las recomendaciones de la OMS. Por ejemplo, exhortó a seguir la vida normal, estipuló innecesario el uso de cubrebocas, retrasó la adquisición de vacunas y, en un gesto de degradante lambisconería, calificó a López Obrador de ente inmune, solo capaz de un “contagio moral”.
Se le considera responsable de por lo menos 330 mil muertes por Covid en comparación con la media mundial de decesos, y se le acusa adicionalmente de haber instruido el ocultamiento de decenas de miles de fallecimientos, al inscribirlos bajo otras causas.
Esa es la carta de presentación del flamante “representante” de México ante la OMS.
El mismo que acusó a las familias de conspirar contra el gobierno de su ídolo, por denunciar la carencia de medicinas para tratar niños con cáncer.
“Es de a deveras, si se va… Yo lo nombré, sí, yo lo propuse… Sin problema lo puedo decir con gusto…”, expresó la Presidenta Sheinbaum cuando en su presentación matutina le pidieron aclarar si era cierto el rumor de la designación.
Conocida la animadversión de la entonces Jefa de Gobierno de la ciudad de México con Gatell y los enfrentamientos que tuvo con él durante la pandemia, quedó claro que el nuevo sapo a tragar le fue impuesto desde Palenque.
Surrealismo es un hecho como éste y que, con la debacle moral, económica y social ante sus ojos, muchos acepten como realidad diarias mentiras, manipulaciones, justificaciones, mientras se cercenan sus derechos y se construye un estado en extremo autoritario.
Son los actuales y aterradores reflejos surrealistas, con la primera mujer en acceder a la Presidencia, que recibió de su mentor un surrealista bastón de mando, asegura que lo ejerce, cuando sus propios compañeros desestiman las órdenes, porque obedecen al del pasado y ella vive atrapada en el ocultamiento de una herencia maldita.
Surrealismo mayor, su movimiento de chile, dulce y manteca se define como popular y democrático, pero actúa sin recato para la acumulación extrema de poder, vulnera la Constitución y las leyes, y lleva a la realidad las peores previsiones de George Orwell, todo sin un destino claro para sus propósitos.
A menos que visualicemos el cada día más evidente objetivo: perpetuarse en el poder.