¡AL HUESO!
La siniestra siniestra
Lograron lo que querían, el control faccioso del Poder Judicial, pero creció el talón de Aquiles que les tortura: carecen de legitimidad. La elección fue un fracaso y el modelo lo será. No convencieron internamente y la opinión mundial los condena como destructores de la incipiente democracia.
“La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”. Nicanor Parra.
El diccionario de la Real Academia tiene varias definiciones para el término “siniestra”. Señala que se refiere a una parte o un sitio que está a la mano izquierda y abunda en otras aplicaciones de la palabreja: avieso y malintencionado; infeliz, funesto o aciago; suceso que produce un daño o una pérdida material considerable; propensión a lo malo.
Luego enlista sinónimos: maligno, perverso, malvado, pérfido, malévolo; espeluznante, tétrico, lúgubre, amenazador, escalofriante, aterrador, desgraciado, funesto, aciago, infeliz, trágico. Y varios más por el estilo.
En México, desde el presidente emérito hacia abajo, al grupo en el poder les motiva definirse como de izquierda (precisamente siniestra) y por su actuar y sus resultados, les quedan como traje a la medida todas esas acepciones.
En un análisis riguroso realmente no pasan la prueba del microscopio, de partida porque más allá de su palabrería carecen de principios doctrinarios posibles de considerar filosóficamente de izquierda y por su práctica solo les cabe el de populistas autoritarios.
Hay mucho margen para consideraciones diferenciales, pero en ese autoritarismo, concentración de poder y desinstitucionalización, se alinean más con regímenes cerrados en un rango que va desde países como México, en senda al despotismo, hasta el extremo de Corea del Norte, pasando por cercanos como Nicaragua, Venezuela y Cuba.
Todos se autocalifican “de izquierda” y en la opresión y penuria de sus pueblos su realidad niega lo social que pregonan.
Todos son -de concederles el uso del calificativo- un modelo de izquierda destructiva, que demuele instituciones, cancela libertades, concentra el poder e impone voluntades.
Porque hay otras, como la izquierda democrática que ha detentado y detenta el poder singularmente en Europa, con figuras señeras en su momento: Françoise Mitterrand, Felipe González, Tony Blair, que profundizaron el tono social dentro del juego democrático.
Es la vertiente que aquí adscribe a Cuauhtémoc Cárdenas y contó con políticos respetados como Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo y Porfirio Muñoz Ledo.
Es también la de Nelson Mandela, luchador por derechos básicos para su pueblo que le costaron 27 años de prisión y luego como gobernante fue ejemplo de concordia y defensa de una reforma democrática de las instituciones que había impuesto la intolerancia.
En nuestro propio entorno continental está el sindicalista Luiz Inácio Da Silva, Lula, quien entendió que la justicia social en un país de extremos debía centrarse en la redistribución de la riqueza a partir de fomentar el desarrollo. Brasil creció en su primer mandato, luego fue perseguido y encarcelado por la extrema derecha, y regresó al poder sin revanchas.
José Mújica, el líder uruguayo recién fallecido, sometido a infame prisión por 17 años, para posteriormente ser un presidente del país alabado por su mesura y calidad humana.
La chilena Michelle Bachelet, cuyo padre, el general de aviación Alberto Bachelet, fue asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet, y quien como ministra de Defensa y luego dos veces Presidenta jugó un papel decisivo en la reinstitucionalización del país.
Bajo todos esos nombres hay un factor decisivo: buscaron, lograron y respetaron la legitimidad política como estadistas. No forzaron leyes y gobernaron para todos, a partir de triunfos electorales tras los cuales sostuvieron apertura a la negociación amplia de sus proyectos, a fin de lograr el máximo consenso.
Vale asumir el tema como parte del análisis de nuestra reciente miseria política y particularmente del momento actual y las proyecciones al futuro por la eliminación de la imprescindible división de poderes.
Si de algo carece el grupo que se autodenomina de izquierda y en lo formal -más no en lo real- encabeza la Presidenta Sheinbaum, es precisamente de legitimidad.
Eso les desespera. Ha sido notorio en las justificaciones y raras argumentaciones a partir del triunfo pírrico del domingo, en que obtuvieron el objetivo de un dominio absoluto del Poder Judicial, pero no lograron la certificación del apoyo mayoritario ciudadano.
Es así porque de casi 100 millones de votantes potenciales, en cifras del INE votó 12.8%, lo que bajo ninguna óptica puede legitimar lo que se pretende, como apreció la OEA.
Peor aún, sin abordar la enorme cantidad de votos inválidos (más de 3%), la lista “oficial” de MORENA para la conformación de la Suprema Corte -distribuida desde el partido y el gobierno- logró como máximo solo 6% de la votación total, en la persona de quien la encabezó, Hugo Aguilar, con 6 millones 5 mil sufragios.
Derrotados en los hechos, sin ninguna legitimidad, politizarán y partidizarán la justicia.
En cualquier caso, una siniestra muy siniestra.