En unión fortalecida desde el poder, en nuestros días la impunidad ha fortalecido a la corrupción y, juntas, las dos inmorales conductas representan un desafío que la Presidenta Claudia Sheinbaum, pese a su obligación no ha querido enfrentar. Por lo mismo, se han convertido en el principal factor de desgaste del gobierno en solo un año de ejercicio.
Es en las crisis cuando se demuestran las entrañas de los políticos y ante el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, se vio a la Presidenta desarmada, arrinconada por la realidad y, en su enojo ante los hechos, prepotente. Buscó cargar culpas antes que asumir las propias, sobre todo haber dejado solo al edil y a su gente ante la delincuencia.
Con muy esporádicas apariciones públicas desde que entregó el poder, las más recientes -y con ellas sus declaraciones- han generado enojo en la cúpula del poder, porque han sido dardos certeros para mostrar y cuestionar la destrucción de la democracia en México.
El odio, como herramienta de confrontación política iguala a los populistas autoritarios de cualquier signo, que usan la democracia para llegar al poder y se cobijan en sus defectos para destruirla. No hay en ellos intento alguno de formular políticas conciliadoras y dejan en sus países una dura tarea de reconstrucción.
Agua, lodo y sangre desenmascararon durante la pasada semana las mentiras e incapacidades del gobierno federal, con millones desamparados ante lluvias inusuales previstas; un crimen que mostró la inseguridad en CDMX y la putrefacción en la justicia local; y nuevas revelaciones sobre el nivel de corrupción de López Obrador y su familia.