Ocultamiento, engaño o falsedad flagrante, en estos recientes siete años la práctica gubernamental de ocultar, eludir o revestir las verdades se han acentuado, primero con el agregado del cinismo de López Obrador para mentir en forma descarada y hoy con una Presidenta que al igual que su equipo van aprendiendo.
Más allá de las crisis puntuales, las últimas semanas han mostrado ante México y el mundo el deterioro generado en nuestro país por siete años de políticas sectarias, de odio y confrontación, ante las que la población muestra un hartazgo que llevó hasta duras expresiones públicas de la Iglesia Católica.
En unión fortalecida desde el poder, en nuestros días la impunidad ha fortalecido a la corrupción y, juntas, las dos inmorales conductas representan un desafío que la Presidenta Claudia Sheinbaum, pese a su obligación no ha querido enfrentar. Por lo mismo, se han convertido en el principal factor de desgaste del gobierno en solo un año de ejercicio.
Es en las crisis cuando se demuestran las entrañas de los políticos y ante el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, se vio a la Presidenta desarmada, arrinconada por la realidad y, en su enojo ante los hechos, prepotente. Buscó cargar culpas antes que asumir las propias, sobre todo haber dejado solo al edil y a su gente ante la delincuencia.
Con muy esporádicas apariciones públicas desde que entregó el poder, las más recientes -y con ellas sus declaraciones- han generado enojo en la cúpula del poder, porque han sido dardos certeros para mostrar y cuestionar la destrucción de la democracia en México.