Cada asesinato, cada masacre, cada levantón, incendia indignación como llamarada de petate, que, con certeza de impunidad, se consume en un instante, dando paso a la resignación. Normalización de la violencia y la cotidaniedad de homicidios y asesinatos como una actitud costumbrista.
Hay que reconocer, eso sí, que, es la aplicación de correctas políticas económicas a través de las generaciones, lo que lleva al desarrollo de una nación y el bienestar a su población. Que, cuando se sustituye el pragmatismo económico por el político, se toman decisiones insostenibles, que empobrecen a los pueblos y empeoran los males
¿Cuándo, el privilegio de alguien que no trabaja, ni se esfuerza, se convierte en un derecho de que la sociedad lo mantenga, siendo omiso de los derechos de otros más necesitados?
En México, el sistema político y la legislación que lo empodera no garantiza los contrapesos necesarios para que el actuar de las autoridades locales y los jugadores políticos del municipio sea, cuando menos, en el mejor interés de la población. Saltillo y Coahuila no son la excepción, nada evita que el alcalde tenga mayoría calificada, nada promueve un debate profundo, informado, y una ciudadanía involucrada.
Treinta años después, la vida me ha enseñado que la historia se repite, que la resiliencia encuentra su límite cuando la existencia está en riesgo inminente, y que la batalla no comienza ni termina, solo se transforma