¡AL HUESO!
Sepultados los muertos…
Más agitados que las corrientes que contribuyeron al choque del velero Cuauhtémoc, diversos sucesos, entre ellos el supuesto cobro de cuentas por grupos delictivos en CDMX, llevaron al actual gobierno federal a enfrentar la peor semana en su trayectoria, mostrando talones de Aquiles e indefiniciones.
“Mejor actuar y arrepentirse, que arrepentirse de no haber actuado”. Aldo Moro.
Si se quisiera hacer un foto-diagnóstico del México actual, bastaría capturar las portadas de los principales periódicos impresos y electrónicos de la semana pasada: reflejan la multiplicidad de crisis que enfrentamos y la ineptitud gubernamental.
Ni los medios más alineados con el régimen, como La Jornada y Milenio, pudieron sustraerse de difundir el mal sabor de sucesos en seguridad, economía, salud, educación y un largo etcétera. Hechos que derriban el mito oficial de “vamos bien”.
Una semana que inició con el lamentable accidente del velero-escuela Cuauhtémoc, tuvo entre las peores noticias el 3.5% de impuesto a remesas de los paisanos, hoy principal fuente de ingreso de divisas al país. Otro golpe de Trump, que el fantasmal embajador Esteban Moctezuma celebró como un triunfo, porque los congresistas lo bajaron de 5 a 3.5%: “Buenas noticias sobre el impuesto a las remesas”, afirmó.
Otra, el informe del INEGI sobre el crecimiento de la economía de solo 0.2% en el primer trimestre, lo que pone a temblar sobre el resultado anual, que dada la caída progresiva de la inversión nos llevaría a cumplir los peores pronósticos. (Desde junio de 2024 han huido 17 mil mdd de inversión financiera).
En ambos casos, el Gobierno Federal recurrió a la fórmula de “nos pudo ir peor” para presentar el fracaso como un resultado positivo.
Patética la imagen del gobierno y la capital bajo cerco y dominio de la CNTE, grupo al que el denominado “presidente emérito” otorgó hasta la Secretaría de Educación y con nuevas exigencias escalan un chantaje que ahora no saben resolver.
Cereza del pastel, el asesinato de dos de los principales colaboradores de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, crimen que borró sonrisas en el circo mañanero, cuando precisamente la ex secretaria de Seguridad, actual titular de Gobernación, festinaba los publicitados “avances” en la materia.
Tanto como a la cabeza de la Capital, fue un golpe que desestabilizó a la Presidenta y al secretario de Seguridad federal, Omar García Harfuch, quienes como responsables anteriores calificaron de principal éxito el control y pacificación de la gran urbe.
Más allá de la campaña de propaganda, los hechos han demostrado que la Ciudad de México no escapa a la tónica nacional y en ella actúan en múltiples rubros delictuales las principales organizaciones criminales del país, más otras locales e incluso extranjeras, de Venezuela, China y Corea.
El crimen dio nuevo sustento al equipo de Trump para presionar sobre la participación directa de agentes estadunidenses en nuestro país. Lo hicieron el secretario de Estado, Marco Rubio, y su propio jefe en la llamada del jueves por la mañana, lo que la Presidenta obvió señalar en el informe posterior.
Ante el grave daño causado por el atentado, la estrategia gubernamental, con García Harfuch a la cabeza, ha corrido por dos canales paralelos: asentar que el crimen es respuesta de la delincuencia ante el éxito de la política de seguridad en CDMX y, a la vez, buscar con silencio que otros asuntos lo lleven a ser pasado.
Sepultados los muertos, que la tierra cubra también los hechos. Y el seguimiento del caso prácticamente fue desaparecido de los medios.
Quienes idearon el golpe criminal, meticulosamente planeado y ejecutado con precisión cinematográfica, sabían los efectos que el asesinato tendría en términos políticos.
Además de la esgrimida por el gobierno, han sobrado hipótesis sobre el móvil.
La más sencilla, que ambas víctimas fueron solo blanco elegido para golpear hacia arriba. En el otro extremo, que habían acumulado información probatoria de negocios turbios y desvíos de recursos por relevantes personeros del régimen.
Una más turbia y perversa recorre desde el pasado miércoles los albañales de la política: un duro aviso ante compromisos incumplidos, no directamente de la Jefa de Gobierno, sino por dirigentes del “movimiento”, quienes, durante la campaña -con o sin su conocimiento- recurrieron al denominado Black Bank del pasado sexenio.
“No saquen conclusiones, no especulen”, pidió la Presidenta, pero como ha sucedido y sigue sucediendo, cualquiera sea el relato finalmente impuesto desde el poder, no llegará a verdad, por el sospechosismo derivado de falta de confianza en la autoridad.
Siete días demostrativos de que el “segundo piso de la transformación” se encamina a ser peor que el primero.