Opinión
Jueves 02 de Mayo del 2024 01:31 hrs

A Quemarropa

Tolerancia y Pasividad


Tolerar lo intolerable se denomina pasividad y tiene efectos desastrosos, porque se rompen las reglas de la sana convivencia y en una sociedad permisiva reina el caos y el desenfreno.

Las más de las veces el común de los ciudadanos confundimos tolerancia con pasividad.

Lo cierto es que no vivimos en una sociedad más tolerante, sino en una sociedad pasiva, permisiva y por tanto decadente.

Tolerar es respetar que otros tengan puntos de vista diferentes a los nuestros, pasividad es permitir que nos quieran imponer su forma de pensar en nombre de la tolerancia y que señalen de intolerantes a quienes no se sometan.

Tolerar contener, es permitir con limites, pasividad es contemplar el avasallamiento de nuestros principios y valores en silencio.

Tolerar es no estar de acuerdo con algo y poder manifestarnos respetuosamente al respecto, sin ser por ello ofendidos, calificados, señalados y mucho menos perseguidos. Pasividad es guardar silencio para evitar posibles conflictos, para no ser ofendido, calificado, señalado o perseguido.

Se tolera por amor, se es pasivo por temor.

Se tolera con límites, ser pasivo es claudicar a renunciar a establecer fronteras.

En una sociedad eminentemente cristiana, con valores bien definidos, con conductas deseadas, con normas de convivencia establecidas, la tolerancia es admitida, pero la pasividad debe resultar intolerable. 

Recordemos que la definición de tolerancia es “la máxima diferencia que se tolera, soporta, o permite”, es decir, toda tolerancia fija un límite y en el momento en el que se rebase el límite se debe tomar acción, de lo contrario se cae en el otro extremo que es la pasividad.

¡Oh, tolerancia, cuantos crímenes se cometen en tu nombre!

Cuantos hijos pervertidos, cuántas familias destruidas, cuantas voces acalladas, cuantas imposiciones en nombre de la tolerancia.

Como sociedad tenemos que establecer límites.

Nadie puede transitar en calzones por la calle, y nadie es nadie, así que la tolerancia es sólo para personas trastornadas de sus facultades mentales o mendigos, a los que debe brindárseles ayuda. Ahí se encuentra el límite, más allá del límite no hay tolerancia, ya no aplica el término, ya no existe. 

Nadie puede conducir alcoholizado, se toleran algunos grados de alcohol, pero una vez superados ya no hay tolerancia, ya no aplica el término, no existe.

Tolerar lo intolerable se denomina pasividad y tiene efectos desastrosos, porque se rompen las reglas de la sana convivencia y en una sociedad permisiva reina el caos y el desenfreno.

Abrazos no balazos resulta inimaginable en un estado de derecho.

El oficial de tránsito no puede solamente dar abrazos a quien se ha pasado 4 semáforos en rojo, el profesor de escuela no puede ser tolerante con el alumno que intenta golpearlo porque reprobó la materia, la sociedad no puede ser pasiva con quienes trasgreden sus normas éticas que regulan la convivencia.

Una sociedad pasiva está condenada a su destrucción.

Muchas marcas comerciales están pagando con un desastre económico por decisiones “incluyentes y tolerantes” que no fueron del agrado de sus consumidores, pero son consumidores que tomaron acción, que manifestaron su disgusto porque se rebasan límites, son personas que no piensan en: “para que me meto en problemas expresando mi opinión al respecto”, cuando es precisamente la acción la forma de volver el agua a sus cauces y evitar una catástrofe con un desbordamiento.

Expresar que algo no nos gusta, o que no estamos de acuerdo, no es intolerancia.

Basta de pasividad, los cristianos tenemos que actuar y a una sola voz, acallar a las minorías ruidosas que buscan imponernos un colonialismo ideológico ajeno a nuestra civilización cristiana occidental.

La pasividad no es el camino, la tolerancia bien entendida, acompañada de acciones decididas, si lo es.

Recuerda que es el amor el que nos mueve, no el odio. 

Construyamos la civilización del amor, ordenada, respetuosa, armónica y tolerante, pero jamás pasiva.

 

 






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