Opinión
Lunes 30 de Junio del 2025 14:27 hrs

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Ciudadanía Efectiva


Académicos, analistas y politólogos ven hoy en el fortalecimiento de la sociedad civil una posible respuesta frente al autoritarismo. Urge romper la indolencia y la apatía de la sociedad

La fragilidad de los partidos de oposición —sus líderes impresentables, sus vínculos con la corrupción y su falta de estrategias de desarrollo— se ha vuelto el principal escollo para dar una batalla frontal al teatro de la demagogia del nuevo régimen.

¿Qué credibilidad, qué fortaleza, puede tener el “nuevo PRI” dirigido por Alejandro “Alito” Moreno y Rubén Moreira, sujetos a investigación por presuntos actos de corrupción? ¿Alguien podría dar el apellido de tres panistas o perredistas cuyo protagonismo sea digno de nombrar en estos días?

Ante el descrédito de partidos y dirigentes opositores —cuyo pasado constituye un catálogo de abusos, arbitrariedades y tropelías—, no hay manera de luchar contra un discurso que cada mañana pone toda la estructura del Estado al servicio de una fábula: vivimos en un nuevo país donde ya no hay corrupción, ni inseguridad, ni injusticias.

¿Qué hacer frente al déficit democrático generado por una oposición endeble y corrompida y un presidencialismo consolidado con base en un populismo demagógico y en un militarismo sin precedente en las últimas cuatro décadas?

Sin ser la panacea, académicos, analistas y politólogos ven hoy en el fortalecimiento de la sociedad civil una posible respuesta frente al autoritarismo. Y razón no les falta: al margen de lo que hagan o dejen de hacer los partidos de oposición, urge romper la indolencia y la apatía de la sociedad.

En una conferencia reciente, Luis Carlos Ugalde, ex presidente del Instituto Federal Electoral, proponía comenzar por distinguir el concepto de sociedad civil ante el ambiguo concepto de pueblo, utilizado como nunca en la retórica del régimen actual.

El pueblo, explicaba, es un conjunto de personas en un país; apela al sentido de autenticidad relacionado a lo originario, genuino o veraz y determina la inscripción común y las experiencias comunes como principios de identidad o pertenencia. En contrapartida, la sociedad civil es una gama de organizaciones o asociaciones que nace como contrapeso al Estado, es una fuerza auténtica y genuina que busca el orden y la verdad y participa en la vida pública, se involucra, se informa, se corresponsabiliza y propone soluciones.

Transitar de la “Demagogia Ciudadana a la Ciudadanía Efectiva”, como planteaba el nombre de la conferencia de Ugalde, implica romper la cultura de la pasividad por la cultura de la corresponsabilidad. Es decir, supone la participación activa de los ciudadanos en la crítica, la política y el activismo social.

Significa también el compromiso de empresas, universidades y organismos independientes en el fortalecimiento de las asociaciones cívicas y los colectivos ciudadanos. La infraestructura de organismos civiles es igual a mayor democracia, transparencia y apertura. Por desgracia —apuntaba el ex presidente del IFE—, el número de organizaciones de la sociedad civil en México es muy endeble: hay poco financiamiento y una pobre cultura de la participación ciudadana. Las empresas suelen brillar por su ausencia.

Ugalde dio a conocer datos reveladores: en Estados Unidos, donde existen 2 millones de organizaciones, la sociedad civil es muy fuerte, tiene una larga data de lucha y cuenta con fuertes apoyos de empresas, asociaciones filantrópicas e, incluso, del gobierno. Por cada 10 mil habitantes, en ese país existen 65 organizaciones civiles.

México, por su parte, no termina de romper con su historia de paternalismo estatal: en el país hay 40 mil 098 asociaciones civiles, es decir, apenas 3.6 para cada 10 mil habitantes. Algunos países sudamericanos, como Argentina, tienen 29 organizaciones por cada 10 mil habitantes o hasta 64, como es el caso de Chile.

Ante esta realidad, Ugalde planteó la necesidad de vivificar a la sociedad y comprometer la participación de organismos civiles en la solución de asuntos públicos como cuidado del medio ambiente, protección de migrantes, prevención de adicciones, apoyo a comunidades desamparadas, equidad de género o inseguridad.

Y proponía cuatro mecanismos para fortalecer la cultura democrática y la vigilancia a los entes gubernamentales: participación cívica; observatorios para medir la efectividad de las acciones y promesas de los gobiernos; vigilancia y promoción de los derechos humanos de los grupos más vulnerables y lucha sistemática contra la corrupción.

Ante la debilidad de una oposición miope y poco estructurada, urge fortalecer los organismos civiles y, con ello, la democracia ciudadana. De otro modo, el monólogo presidencial de cada mañana seguirá dominando la conversación pública y la agenda del país.

Al narrar el estallido de la sociedad civil y sus formas de organización solidaria para hacer frente a los terremotos de 1985 en la Ciudad de México, Carlos Monsiváis describió así la respuesta ciudadana surgida ante la incapacidad y la “notable ineficacia” del gobierno:

“Los que protestan se abocan a la solución y no a la espera melancólica de la solución de problemas. Cientos de miles trazan nuevas formas de relación con el gobierno, y redefinen en la práctica sus deberes ciudadanos”.

Hoy que la democracia enfrenta insospechados temblores en la escena nacional, queda a los ciudadanos abocarse a buscar soluciones, meterse de lleno a la arena política (no necesariamente partidista) y decir “no” a la espera melancólica. Los vacíos que deja la sociedad, como estamos viendo, tarde o temprano son llenados por otros.

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