Opinión
Martes 14 de Octubre del 2025 07:12 hrs

Anselmo Pinales Mancillas: Una Leyenda Saltillense


El taxidermista del verbo, el caminante de la dignidad

Hay hombres que no mueren.
Se convierten en territorio.
En verbo.
En memoria que camina.

Anselmo Pinales Mancillas —el Chemo, el Chango, el maestro sin diploma, el dirigente sin escritorio— fue uno de ellos.
Su vida no se cuenta: se marcha. Se canta. Se recuerda como se recuerdan los incendios que no se apagaron.

El verbo que embestía

Lo conocí en 1974, cuando el polvo de la protesta se mezclaba con el humo de los camiones tomados por el alza de tarifas. Él, estudiante de Trabajo Social. Yo, aprendiz de Arquitectura. Desde entonces, nuestras vidas se entrelazaron como las calles de una ciudad que aún no termina de construirse.

En el Consejo Universitario, donde la dignidad se medía en votos y la resistencia en palabras, éramos tres contra trescientos. Y sin micrófono ni permiso, fue él quien hizo temblar el recinto. Su palabra no hablaba: embestía. Su sarcasmo no hería: desnudaba.

Cuando el “Burro Ortiz” intentó burlarse con metáforas circenses, Pinales respondió con una frase que aún resuena como eco de dignidad:

“Es una lástima que en esta reunión haya gentes que vengan a decir que les gusta el circo, que de jóvenes fueron malabaristas y que ahora de viejos parezcan puros payasos.”

El rector aplaudió. El burro mascó mecate. Y el Chemo se convirtió en leyenda.

ANSELMO PINALES

El intelectual con rostro de combate

Sabía que no era Clark Gable, pero sus amigos le decíamos “el Chango” con cariño, como quien reconoce en otro la fuerza ancestral de la tierra. En una conferencia en la Preparatoria Venustiano Carranza, enfrentó una emboscada disfrazada de foro académico: un cura, un masón y él, el “comunista”.

Mientras el cura hablaba de Adán y Eva, y el masón de Cristo arquitecto del universo, Pinales habló del hombre como descendiente del mono. Un joven le gritó:

“¡Usted parece chango!”

Y él, sin perder el aliento, respondió:

“Efectivamente, parezco chango… porque provengo de una familia denominada changa tu madre.”

La PVC estalló en aplausos. Lo que iba a ser celada, se convirtió en victoria.

Maestro de certezas disecadas

En la Facultad de Arquitectura impartía Teoría del Conocimiento como quien examina el alma humana con bisturí filosófico. Su taller, en algún rincón de Saltillo, parecía un museo de la vida detenida. Animales con los ojos abiertos, como si esperaran el regreso de la historia.

A una pregunta infantil sobre los cuerpos disecados, respondió:

“Los muertos no se van del todo. Si les das respeto, te devuelven la mirada.”

Mi hija Adriana iba fascinada por los animales. Yo, por el amigo que los mantenía vivos en la memoria.

La marcha que se volvió hazaña

El 15 de abril de 1984 iniciamos la Marcha por la Dignificación Universitaria: casi 900 kilómetros a pie desde Saltillo hasta la Ciudad de México. Treinta kilómetros diarios bajo el sol ardiente, la lluvia inesperada y el cansancio que se volvía compañero.

Pinales caminaba con paso firme, con la convicción tatuada en la frente. En cada pueblo, su voz convocaba, su humor aliviaba, su presencia dignificaba.

Cada paso fue una consigna:

  • “¡No hay camino largo si la causa es justa!”
  • “¡El sudor no se negocia, se honra!”
  • “¡La dignidad no se pide, se camina!”

Sin él, habría sido un intento más. Con él, fue epopeya.

El dirigente que no se doblegó

Fue estudiante de la Prepa Nocturna “Dr. Mariano Narváez”, fundador del STAMUAC, aliado de las luchas obreras de Cinsa-Cifunsa y la Tendencia Democrática del SUTERM. Ganó su plaza por oposición en Arquitectura y luchó por la unificación sindical.

Fue electo primer secretario general del STUAC, pero el gobernador bloqueó su reconocimiento. Él respondió:

“Me quitaron el escritorio, pero no la voz.”
“No me dieron el puesto, pero me dieron la razón.”

No hay Junta que borre la memoria. No hay acta que niegue la dignidad.

El enfermo que ofrecía salud

En sus últimos años, la enfermedad cercó su cuerpo, pero no su voluntad. Seguía recibiendo a quienes pedían consejo, prestando libros, ofreciendo café.

“No estoy enfermo, estoy ocupado,” decía.

Y quizá tenía razón: su ocupación era sanar con palabras.

En 2015 nos reunimos. Viejos compañeros en torno a su presencia que seguía siendo el centro.

“La nostalgia no es debilidad, compañeros. Es prueba de que fuimos valientes.”

El árbol que murió de pie

Murió en el invierno de 2018, como mueren los árboles viejos: de pie, con las raíces profundas y las ramas extendidas hacia el cielo.

“Si algo hice bien, fue no quedarme callado.”

Y por eso lo recordamos. No como mártir, sino como modelo. No como dirigente, sino como símbolo.

Su legado no se almacena en archivos: vive en cada aula donde se lucha por la verdad, en cada calle donde se marcha con dignidad, en cada frase que desarma al poder con ironía.

Fue el más agudo, el más leal, el más libre.

Que viva el maestro “Chemo” Pinales

Hoy, desde esta tierra que lo vio nacer y luchar, desde Saltillo hasta Torreón, desde la Carretera 40 hasta los pasillos de la Universidad Autónoma de Coahuila, le mandamos un abrazo con todo el cariño del mundo.

Porque hablar de Pinales es hablar de nosotros.
De lo que fuimos.
De lo que aún somos.

¡Que viva el maestro!
¡Que viva el caminante!
¡Que viva el amigo que nunca dejó de luchar!






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