Breve guía para ver “Las muertas” de Netflix.
La serie cuenta con un tratamiento del tiempo tan bien construido que nunca nos extraviamos cronológicamente de lo que acontece; con precisas reinserciones de escenas que impiden al relato deshilacharse entre los íres y vénires de diferentes épocas dentro de la historia, todo mantiene una coherencia que se agradece como espectador.
De un jalón y en día festivo, pude ver los seis capítulos de “Las muertas”, la adaptación de la novela de Jorge Ibargüengoitia realizada por Luis Estrada para Netflix.
Aclaro para bien o para mal: no es mi negocio recibir dinero ni pagos en especie de productoras, plataformas o redes sociales por comentador, la opinión va por el puro gusto de haber apreciado (la corrección política por lo espinoso del tema me impide decir disfrutado) y compartir una serie que hace una crítica actualizada desde los hechos que inspiraron a Ibargüengoitia para novelar el mediático caso de aquellas hermanas que terminaron acusadas de asesinato luego de lustros de bonanza posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Contexto general: en 1977 se publica la novela “Las muertas” en un formato literario que nos recuerda la obra fundacional del género de novela-reportaje, “A sangre fría”, de Truman Capote. Basada en el caso de las Poquianchis, la novela repite el tono utilizado por Ibargüengoitia en su truncada carrera literaria: crónica y denuncia social envuelta en humor negro, con un estilo crítico, irreverente y directo, sarcástico y libre de florituras innecesarias, algo así cómo lo hecho por Luis Estrada en nuestro tiempo y distinto arte: el cine.
Independientemente del valor artístico de su obra, que para mi gusto es enorme, ambos creadores logran a su manera algo muy difícil de alcanzar: abordar temas muy, pero muy oscuros y dolorosos, con una narrativa ágil y divertida, algo que por la naturaleza de sus historias parecería imposible de lograr. Es seguro que la voz (estilo) en la crítica política y social de ambos no sea bien recibida por personas y colectivos afectados por los crímenes relatados en sus novelas o largometrajes, pero resulta una buena forma de hacer conciencia en aquellos que no hemos atravesado por el mismo infierno.
Si Estrada pretendió homenajear a Ibargüengoitia retratando una tragedia socializada y compartida, vaya que lo ha logrado con los mismos tintes de parodia e ironía de la obra original. Entre paréntesis y otras referencias y guiños, también percibí un enorme tributo a la memoria de Pedro Infante, no solo por un par de menciones, sino por el lenguaje corporal de quien, por boca de una de las protagonistas, tendría parecido con el máximo ídolo del cine mexicano.
Seis capítulos que, como en un libro de cuentos, pudieran ser historias independientes con su propio arco dramático de introducción, nudo y desenlace en cada entrega, pero que te dejan con una sensación de urgencia por saber qué viene a continuación, algo llamado cliffhanger. Con diferentes ritmos y atmosferas en cada episodio que van desde el romance hasta el horror; con subtramas donde personajes secundarios cargan con buena parte del capítulo alrededor de los protagonistas, pero donde consecuencias aparentemente superficiales e inconexas, van llenando vacíos y terminan por cerrar con perfección el círculo de toda la historia, hasta la última escena.
La serie cuenta con un tratamiento del tiempo tan bien construido que nunca nos extraviamos cronológicamente de lo que acontece; con precisas reinserciones de escenas que impiden al relato deshilacharse entre los íres y vénires de diferentes épocas dentro de la historia, todo mantiene una coherencia que se agradece como espectador.
Poco qué decir desde mi ignorancia en lo relacionado a actuación, fotografía, locaciones, música, y tantas otras cosas que elevan la industria del cine y televisión al grado de arte, solo hacer notar que todo debió ser tan profesional y bueno como la adaptación, ya que nada cansó, nada faltó, nada sobró…todo fluyó con cierta belleza natural. Dentro de este párrafo cabe una anotación al margen: el fiel retrato de un México que, tanto en lo social como en lo comercial, lo estructural, cultural y hasta en la moda, se parece mucho a los países desarrollados de la época.
Total, que el genio de Estrada e Ibargüengoitia nos lega un dúo de obras que no caducan, en donde atestiguamos a través de su atemporalidad, que como individuos podemos cambiar de vicio, pero lo enviciado de una identidad nacional nos sigue afectando tanto, que ya ni el dolor nos duele.