Opinión
Viernes 26 de Abril del 2024 15:41 hrs

Incentivos Electorales


La crisis que enfrentamos es más profunda y dolorosa que cualquiera que se haya vivido antes; la respuesta al régimen de la transformación destructiva y la crisis sanitaria debe de ser, de una vez por todas, un movimiento refundacional de la política mexicana

En 2018 la sociedad se unió bajo una idea básica que López Obrador le logró vender exitosamente; todo lo del pasado está mal porque los gobiernos pasados han sido corruptos. El político logró capitalizar la frustración de una población no representada por una clase política alejada de la realidad nacional.

El ciudadano se volcó a votar a favor de un partido político nuevo, con políticos viejos, que ofrecía la renovación. La confianza que le otorgó al movimiento ganador le ha dificultado al pueblo aceptar el gran engaño: el partido político al que otorgó todo el poder solo ofrece la renovación y el cambio en el nombre y la retorica. En los hechos el rumbo ha sido el mismo que lo peor de lo anterior y los vicios de la política mexicana solamente se han profundizado.

La sociedad que, con tanto ánimo acudió a las urnas, confió y dejó que los viejos políticos, en esta nueva oportunidad, fijaran el rumbo con triunfalismo; el poder, el presupuesto y las instituciones son, ahora, suyas para modelarla a su gusto y placer, la lealtad sustituyó a la capacidad y la destrucción se instaló como política pública.

Existen pocas naciones en el mundo que puedan preciarse de tener las oportunidades para un desarrollo sólido y permanente como México; la riqueza cultural y la diversidad de climas y ecosistemas se complementa con una larga frontera con la mayor economía del mundo y dos amplios litorales que nos abren las puertas por igual hacia Europa y Asia.

Tenemos condiciones sin igual para un desarrollo excepcional, y no podemos negar que en el último siglo tuvimos grandes logros. Sin embargo, lo alcanzado es magro comparado con lo que se hubiera logrado si, como sociedad, durante la formación del estado mexicano, se hubieran creado instituciones con pesos y contra pesos; procesos políticos regulatorios contra la acumulación excesiva de poder personal o de un grupo particular.

La historia de México esta plagada de momentos en los que el ciudadano ha tomado control de los procesos políticos, poniendo límites al abuso de poder y logrando los cambios y avances que fueron requeridos. Pero nunca se ha logrado institucionalizar la participación ciudadana en la vida pública de la nación. Una vez que sacude a la estructura política, el ciudadano se vuelve a aletargar, con la esperanza de que, por si solos, los políticos de profesión mantengan la vista puesta en la sociedad.

Hoy, de nuevo, los ciudadanos se movilizan, listos para volver a ocupar el vacío que los políticos ensimismados van dejando. La crisis que enfrentamos es más profunda y dolorosa que cualquiera que se haya vivido antes, la oportunidad que se abre tampoco tiene igual; la respuesta al régimen de la transformación destructiva y la crisis sanitaria debe de ser, de una vez por todas, un movimiento refundacional de la política mexicana. El lugar para comenzar son los partidos políticos y las leyes que los incentivan a mal representar a la sociedad.

Al afirmar esto considero que la piedra fundacional de la democracia son los partidos políticos; estos son el instrumento que permite al ciudadano participar en la vida pública de una forma organizada; permiten conciliar, a través de la política, una visión común ante el ciudadano, compitiendo en representación de la diversidad social.

Hemos corrompido la estructura democrática al corromper a los partidos. Actualmente, los ciudadanos son el instrumento de los partidos políticos para acceder a prerrogativas del presupuesto publico; el dinero sigue siendo de la sociedad, aunque sea asignado por los diputados que se erigen como juez y parte en su asignación. Así, el vínculo se pierde, el “voto de confianza” que el ciudadano entregaría a otro ciudadano que lo represente, a través de las urnas, el día de la elección, pierde su valor, quedando como poco más que una mercancía con la cual negociar.

Los partidos políticos nos demuestran, incluyendo el que detenta el mayor poder, que para renovar la vida pública hay que cambiar los incentivos perversos de la ley electoral y de partidos políticos para que nunca más vean hacia adentro y solo volteen hacia afuera, hacia el ciudadano, hacia la sociedad.






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