Opinión
Viernes 08 de Agosto del 2025 12:38 hrs

Coahuila: Tierra de Lenguas, Sangre y Futuro


“Nosotros no somos dueños de la tierra. Somos parte de ella. Y cuando la olvidamos, nos perdemos también.” — Chakoka Anico, Jefe espiritual del pueblo Kikapú

Día Internacional de los Pueblos Indígenas – 9 de agosto

En Coahuila, la tierra no es muda. Habla en mixteco, en kikapú, en náhuatl, en zapoteco, en chinanteco. Habla en los cantos de los abuelos, en los pasos de los migrantes, en las batallas que se libraron por dignidad y territorio. Desde los desiertos de Múzquiz hasta los valles de Arteaga, las voces indígenas resisten, trabajan, sueñan y enseñan. Este artículo es un canto colectivo, una ofrenda de palabras para honrar a quienes han sembrado vida en esta tierra, aún cuando el mundo les ha negado reconocimiento.

Los guardianes del norte

En El Nacimiento, Melchor Múzquiz, el pueblo Kikapú mantiene viva su espiritualidad, su lengua y su vínculo con la tierra. Son binacionales, sí, pero profundamente arraigados en Coahuila. Su existencia nos recuerda que el territorio no se posee: se respeta.

Junto a ellos, los Negros Mascogos, descendientes de africanos libres que huyeron de Alabama, han hecho de esta tierra su hogar. Su cultura afroindígena, sus rituales y su historia de resistencia son parte del alma del estado.

Los Ndé Lipán (Apaches Lipanes), dispersos en Múzquiz, Sabinas, Zaragoza y Ocampo, caminan con dignidad, reclamando el reconocimiento que les fue negado por siglos. Su memoria es frontera viva.

Saltillo: Tlaxcalteca en su raíz

Saltillo no nació solo de la espada española. Fue poblado por los Tlaxcaltecas en 1591, quienes fundaron San Esteban de la Nueva Tlaxcala. Ellos trajeron consigo su lengua, su organización comunitaria, su visión del mundo. Fueron aliados, pero también guardianes de una cultura que se negó a desaparecer.

Los que defendieron la tierra antes de que tuviera nombre

Mucho antes de que Coahuila fuera trazada en mapas, la tierra ya tenía guardianes. En la Comarca Lagunera, los Irritilas —pueblo de las lagunas— tejieron su vida entre el agua, el carrizo y el sol. Hablaban doce lenguas, pero se entendían en náhuatl. Pescaban con nasas, cazaban patos sumergidos en silencio, y curaban con peyote mientras danzaban al ritmo de tambores y sonajas. Su espiritualidad era profunda, su arquitectura vegetal, su resistencia feroz.

En el sureste, los Huachichiles —nómadas del Gran Tunal— pintaban sus cabezas de rojo como gorriones de guerra. Controlaban rutas, defendían el desierto, y negociaban con los conquistadores desde una posición de fuerza. Sus líderes, como Doña Cihuata y Mascorro, exigían respeto, ganado y libertad. Su cosmovisión hablaba de mariposas negras como presagios, y de un Dios que creó el mundo en seis días de sueño y piedra.

Ambos pueblos, desde trincheras distintas, defendieron la tierra que hoy llamamos Coahuila. No con muros, sino con memoria, con lengua, con maíz, con danza. Y aunque sus nombres fueron borrados de muchas páginas, hoy los escribimos en voz alta.

Los pueblos migrantes del sur

En Torreón, los Mazahuas han sembrado palabra y resistencia. Llegaron desde Michoacán y el Estado de México, trayendo consigo no solo artesanías, sino formas de mirar el mundo.

En Saltillo, Acuña y Monclova, los náhuatl, zapotecos y chinantecos trabajan, estudian y sueñan. Muchos en silencio, pero todos con fuerza.

Y hoy, con especial gratitud, reconocemos a la comunidad mixteca de la Colonia Universidad Universo en Arteaga, hablantes del mixteco de San Andrés Montaña, distrito de Silacayoapam, Oaxaca. Su voz, su lengua y su arraigo son testimonio de que la cultura no migra: florece.

“Buen día, arqui. Somos de una comunidad mixteca que hablamos el mixteco de un pueblo que se llama San Andrés Montaña, distrito de Silacayoapam, del estado de Oaxaca. Vivimos en la Colonia Universidad Universo, en Arteaga, Coahuila.”

También acompañamos a los migrantes indígenas centroamericanos que han encontrado en Coahuila un respiro, una pausa, una posibilidad.

Los que corren con el viento: Rarámuris en la Laguna

Desde las barrancas profundas de la Sierra Tarahumara, los Rarámuris —los que corren a pie— han llegado a la Comarca Lagunera buscando abrigo, trabajo y dignidad. En Gómez Palacio y Torreón, algunos se instalan cada invierno, huyendo del frío y de la escasez. Otros han decidido quedarse de forma permanente, para que sus hijos estudien, para que sus artesanías encuentren nuevos caminos.

Se sostienen elaborando y vendiendo canastas, pulseras y aretes, aunque enfrentan obstáculos: discriminación, regateo, barreras lingüísticas. Muchos aún no dominan el español, y otros lo hablan con timidez. Pero su presencia es firme. Sus vestidos no son ornamento: son mapas. Cada pliegue, cada color, representa montañas, caminos, historias.

En eventos comunitarios, como los organizados por Cáritas Gómez Palacio, se les brinda espacio para expresarse, incluso con interpretación en lengua tarahumara. Son mujeres y hombres que corren con el viento, que traen consigo la memoria de los corredores sagrados, y que ahora caminan entre nosotros, recordándonos que la dignidad no tiene frontera.

Compromiso con la memoria y el porvenir

Este artículo no es solo una crónica: es un compromiso. Compromiso de que la dignidad indígena no será una nota al pie, sino el corazón de nuestra historia. Promesa de que la lengua, el maíz, la danza y el consejo de los abuelos serán parte del futuro que soñamos.

Porque como dijo Chakoka Anico, cuando olvidamos la tierra, nos perdemos también. Y nosotros elegimos recordar.






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