Opinión
Viernes 26 de Abril del 2024 12:36 hrs

El Muro


El muro que se construyó el pasado 8 de Marzo es solo representación física del verdadero muro que el presidente ha construido, el que divide a familias y amigos con la constante descalificación desde el púlpito presidencial

Al presidente López Obrador le encanta usar los símbolos para justificar las decisiones que toma y la propia existencia de su movimiento. No es raro que un régimen populista lo haga de esta forma. Mientras el tratar de explicar la realidad y dar una justificación basada en hechos y conocimiento puede aburrir y confundir, los sentimientos que generan el uso de simbología en palabras e imágenes, es un poderoso imán del apoyo popular.

Algunos analistas pregonan, inclusive, la genialidad comunicativa del presidente. Genialidad parece un excesivo, mas bien es la maestría adquirida a lo largo de tantos años en campaña que le han enseñado a repetir, sin cansancio, un monólogo muy sencillo, repleto de símbolos que, aunque no son tangibles, a los mexicanos nos provocan una  gran carga sentimental.

Gobernar un país y llevarlo a la prosperidad de esta forma resulta, sin embargo, improbable. La gran complejidad de un país como México y el limitado margen de maniobra de la realidad, no soportan el gobernar por discursos. Más pronto que tarde el político se ve en la necesidad de tomar decisiones, hacer análisis y estudios, ejecutar acciones y concretar hechos.  Al llegar a ese punto las incongruencias se vuelven evidentes y se devela el vacío de rumbo, estrategias,  programas y políticas públicas factibles con resultados deseables que el discurso político, de los símbolos, trae.

El discurso que llevó a la presidencia ofreció la destrucción de los símbolos de la “presidencia imperial” de los predecesores. Se aseguro no vivir en Los Pinos ni en Palacio Nacional, viajar en vuelos comerciales y no tener equipo de seguridad En pocas palabras no cambiaría su estilo de vida y el pueblo es quien lo cuidaría.

Fue fácil tomar acción sin un análisis profundo para quitar la lujosa residencia oficial de Los Pinos, estacionar el avión presidencial y desarticular al Estado Mayor Presidencial.

De estas tres promesas, solo se mantiene una; sigue viajando en vuelos comerciales. Se tiene un equipo de seguridad tanto o más extenso y cambió la residencia oficial de Los Pinos por una aun más lujosa, con valor histórico incalculable como patrimonio nacional.

Como nunca en muchos años, el Zócalo de la capital y el Palacio Nacional, se han vuelto vulnerables a la violencia de las protestas que el creciente descontento genera. Cuando, hace dos años el presidente mando una señal de sencillez, a partir de la ocurrencia y la necesidad de legitimarse a través de los símbolos, nunca se imaginó del culetazo que hoy le da.

El muro que se construyó el pasado 8 de Marzo es solo representación física del verdadero muro que el presidente ha construido. Guardando las debidas proporciones, evoca otros muros del imaginario colectivo; el muro de Berlín que dividió inhumanamente a familias y vecinos, el muro que rodea el Kremlin en Moscú, que evoca un régimen autoritario e ineficiente que llevo miseria a su pueblo y muchos mas, y la  muralla que rodea la Ciudad Prohibida de Pekín, símbolo de una dinastía en la que, al considerar divino al emperador, se mantenía aislado de la población.

Ya desmontaron la parte física, de metal, del muro que ha construido el gobierno actual alrededor del Palacio Nacional. Se mantiene el muro real, el que divide a familias y amigos con la constante descalificación desde el púlpito presidencial. Aun se siente el muro que, en un régimen cada vez más autoritario en sus decisiones, busca la acumulación de poder para perpetuarse en él, teniéndole sin cuidado la pobreza y miseria que crece aceleradamente. Persiste el muro del que se vuelve inalcanzable, divino; al considerarse moralmente superior no escucha ni ve a nadie, esperando lealtad a ciegas y obediencia plena.

Hablando de símbolos, el muro que se construyo alrededor de Palacio Nacional, de la residencia oficial, del lugar donde se toman decisiones y definen los destinos de la nación, es solo un símbolo del miedo que crece en el político que sabe que ellas ya se dieron cuenta que las engañó.






OPINION

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