¡AL HUESO!
En la encrucijada
Hay que repetirlo, la cada día más cruda realidad empuja a Claudia Sheinbaum a la definición de su futuro: administrar con encubrimiento un país sumido en escándalos de inmoralidad o asumir el reto de una gobernante de carácter y capacidad, para poner un ¡hasta aquí! y fijar ruta y magnitud del cambio que la nación y su futuro exigen.
“…seguía dispersa y absorta jugando con el caos; como si su destino fuera un rompecabezas”. Francis Scott Fitzgerald.
La negra realidad de un país descompuesto, heredada por su mentor, se hace presente cada día con mayor fuerza y empuja a la Presidenta Claudia Sheinbaum a un momento de decisiones trascendentales, que en su primer año ha eludido.
Es lógicamente imposible que pueda continuar gobernando con multifacéticas crisis, que la obligan diario a defender en público un legado que se desmorona bajo sus pies, inundando con lodo su propio camino.
No puede ya sostener el discurso de “no somos iguales” como bandera de honestidad grupal cuando los hechos, porfiados hechos, muestran que muchos de sus dirigentes, en todos los niveles, son peores que los de sexenios que critica.
La corrupción -política, económica, moral- no es nueva en el país. Se ha mantenido por decenas de años como parte oscura de la identidad de México, pero en descaro y magnitud no había llegado al nivel del pasado gobierno.
Cada palabra festiva de López Obrador es desmentida en el costoso fracaso de sus obras insignia, en el oprobio de la sangre de asesinados y desaparecidos que sigue cobrando su complicidad con el crimen, en la carga financiera castradora de políticas distributivas electoreras sin soporte económico.
El cada día mas digno habitante de “La Chingada” -marrullero cazurro, pero no estadista inteligente ni visionario- operó para dejar a su sucesora un poder total, pero para su propio beneficio como “el mejor presidente de México. La historia, sin concesiones, lo está colocando en sus páginas negras.
Hay que repetirlo, la cada día más cruda realidad empuja a Claudia Sheinbaum a la definición de su futuro: administrar con encubrimiento un país sumido en escándalos de inmoralidad o asumir el reto de una gobernante de carácter y capacidad, para poner un ¡hasta aquí! y fijar ruta y magnitud del cambio que la nación y su futuro exigen.
Es el desafío de pasar a la historia como la primera Presidenta que nos herede un legado memorable de gobernabilidad o solo como primera Presidenta que malgastó poder y prestigio en encubrimiento de una herencia histórica de oropel.
México el de “no pasa nada” que finge. El país está en una situación de franca debilidad frente a su futuro inmediato.
El tratado económico trinacional, que ha beneficiado en mayor medida a nuestro país, ha sido soporte para un desarrollo que, con todos sus defectos, permitió en diversos niveles de satisfactores mejorar la calidad de vida de la población.
Ese instrumento, vulnerado de forma irresponsable en el pasado inmediato con ocurrencias pseudoideológicas, está hoy en el aire, camino a un proceso decisivo de renovación en que los vientos soplan en contra por las desmesuras de Trump.
El republicano, que no tiene límites, se muestra decidido a imponer sus intereses por sobre los de Canadá y México o simplemente abandonar el acuerdo y someter a ambos países a la política general de voluntarioso bloqueo al libre comercio.
Las muy tímidas acciones correctivas del gobierno mexicano han vendido demostrando que las presiones de la Casa Blanca funcionan y obligan. Son las que se acrecentarán en la próxima negociación trilateral a la cual los representantes de Sheinbaum llegarán en minusvalía por las crisis y talones de Aquiles del interior.
Diferente a Canadá, al que su ejercicio democrático interno y relaciones comerciales diversificadas le dan fuerza y posibilidades ante un quiebre del tratado, en la situación actual México tiene pocas opciones. Es de imaginar la reacción de Trump si, por ejemplo, Sheinbaum se inclinaría por inscribir al país en el otro acuerdo dominante, los BRICS, que comercialmente dominan China, Brasil e India.
En un nivel de estadista, si con rumbo y definiciones propias utilizara el poder absoluto con que cuenta para encaminar al país por una ruta de correcciones, la Presidenta podría abrir un real diálogo interno, llegar a acuerdos con sectores de la sociedad que hoy le son opuestos y adquiriría mayor y real fortaleza interna -no popularidad barata- para negociar con Washington en posición de mayor solidez.
De paso, lograría fuerza propia, un respaldo social a su gestión que le quitaría el filo a la espada de ratificación de mandato que blande como chantaje López Obrador.