¡AL HUESO!
Juventud Negada
Inconforme, frustrada ante un mundo adulto que nos les abre futuro, la juventud en el orbe vive una etapa de soterrada ebullición como en los prolegómenos del 68. Al momento, en México no hay expresiones abiertas y grupales de rebeldía, pero el desencanto está allí y crece, mientras el gobierno manipula pero no invierte ni crea para el sector.
"Hemos normalizado cosas que no debimos normalizar”. Alejandro González Iñárritu.
Una mirada superficial sobre un tema tan profundo como lo es nuestra juventud y el gris futuro que se les impone y se les hereda.
En situación equiparable con los prolegómenos de la rebelión juvenil que se expresó en el movimiento mundial de 1968, “El 68”, una inquietud generacional, aún soterrada y desagregada pero perceptible, recorre un mundo incapaz de dar respuestas o generar cambios ante un futuro poco atractivo y desalentador para las nuevas generaciones.
En el abanico de definición política de los diferentes gobiernos, de derecha a izquierda, pocos han entendido y formulado políticas adecuadas para atender y abrir cauces de futuro para una juventud que, montada en la tecnología, ha cambiado en profundidad.
En un mundo controlado por mayores, es denominador común el desinterés o rechazo de la masa juvenil a un nebuloso y muy viciado juego de intereses, en que los actores tienen como factor identificatorio la búsqueda del poder y sus beneficios, generalmente traicionando sus propios discursos de compromiso social.
Un juego en el que las aspiraciones de este sector solo tienen atención retórica, mientras en los hechos cada día se les margina de las decisiones sobre el futuro en que deberán sobrevivir y se alimenta el caldo de cultivo de una rebeldía que actualmente tiene su mayor visibilidad en las redes sociales y en algunos escenarios nacionales.
Sucede en Rusia y Ucrania, donde los valores del nacionalismo entre los jóvenes se han derrumbado, al ser obligados contra voluntad a actuar como carne de cañón en una guerra desatada por razones geopolíticas, algo sobre lo que ellos no tienen incidencia alguna.
O en Francia, país financieramente agotado, escenario en estos días de un circo político, fruto de la radicalización de la lucha entre partidos y líderes que, cualquiera sea quien detente el poder, enfrentará la ineludible tarea de recortar derechos sociales y con ello alimentar el círculo vicioso de la inconformidad.
También en Chile, donde un joven alcanzó la Presidencia tras el malestar generacional que desembocó en embestida contra el poder y muy poco ha logrado concretar del cambio prometido para reencauzar al país, a partir de una economía exitosa con pies de barro en materia de redistribución del ingreso.
En la decepción juvenil, junto a la extenuación de las organizaciones políticas y de su capacidad de convocatoria, juega como otro elemento fundamental el vertiginoso avance tecnológico, en que cada paso adelante de la reina productividad implica una reducción del factor humano o el desplazamiento de parte de él a tareas y remuneraciones menores.
México no es excepción, demostró en estos días el denominado “bloque negro”, que en la rememoración del 2 de octubre reveló crecimiento en integrantes y en ira. También la reciente movilización en la Universidad Nacional Autónoma, que tuvo como origen el asesinato de un alumno del Colegio de Ciencias y Humanidades de Ciudad de México, expresión de la inseguridad que no cede y de un enojo estudiantil finalmente efímero.
Inusual, porque la UNAM, como la generalidad de las casas de estudios superiores del país, públicas y privadas, han dejado de ser motor del cambio social y político para sumergirse en una pasividad conformista que niega su propia esencia, la rebelde creatividad.
Aquí, la agitación estudiantil de contenido social más relevante fue precisamente “El 68”, con punto de inflexión en la masacre en Tlatelolco, para dar paso en la década siguiente a cambios que desembocaron en la reforma política estructurada por Jesús Reyes Heroles, inicio de una democratización que se desarrolló en décadas.
Vendrían luego movimientos en la propia UNAM en la segunda mitad de los 80, en torno a cambios postulados por el rector Carpizo. Tras haber logrado el rechazo, muchos jóvenes -entre ellos Claudia Sheinbaum- derivaron a la actividad política y social en formaciones de izquierda, para terminar en mayoría sumados al movimiento encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo y Heberto Castillo que dio origen al PRD.
Para estupefacción de los futuros historiadores, algunos de esos cuadros juveniles que participaron en uno u otro movimiento, como la Presidenta y Pablo Gómez, son quienes en estos días sin rubor dan continuidad a la reversión democrática emprendida por López Obrador, en aquellos tiempos belicoso agitador del PRI.
Para el sector, esa reversión se encubre en manipulaciones como “Jóvenes construyendo el futuro” y logra neutralizar porción importante de la generación, cobijada en lo anodino de “con lo que me da el gobierno la hago”, “tengo más vida con eso y chambitas en la calle que encerrado en un trabajo”. No pocos se suman a las filas de la narco-delincuencia y la drogadicción, sin llegar aún al drama de las generaciones perdidas de USA.
Lo muestran en estos días los escasos sondeos sobre el pensamiento juvenil: el nivel alcanzado por la corrupción de quienes fingieron el compromiso de luchar contra ella y terminaron enlodando hasta instituciones respetadas, como las fuerzas armadas, acrecientan la decepción y repugnancia de jóvenes que temen ser utilizados y terminar enlodados por incursionar en la política o en pseudo organizaciones civiles.
Más allá de palabrería o el chiste de las denominadas “universidades del bienestar”, no hay programas federales ni estatales serios, consensados con participación de los propios jóvenes, para atender sus necesidades y aspiraciones específicas. Y vaya que nuestra juventud tiene capacidad creativa y lo demuestra “a pulso”, al no contar con cauces.
Sumido en multiplicidad de crisis agravadas por quienes prometieron una transformación que es reversión castrante, México no está invirtiendo en sus jóvenes, que son el futuro.
Al momento no hay expresiones abiertas y grupales de rebeldía, pero el desencanto está allí y crece. Como sucedió también en “El 68”, el riesgo cierto es que terminemos inmersos y arrastrados por una ola que llegará desde fuera, con visibilidad hoy en la vieja Europa.