Juan Malagamba Zentella. El sembrador de justicia en los campos del olvido
Tu cuerpo se ha ido, pero tu legado sigue caminando. En cada mujer jornalera que exige respeto, en cada niño que aprende su lengua, en cada comunidad que defiende su tierra, tu nombre resuena como canto de lucha.
Hermanito del alma,
Te escribo desde la entraña del territorio, desde ese rincón donde la memoria no se oxida y la dignidad florece como maíz en tierra rebelde. Tu vida no cabe en un relato distante. Tu vida se canta en coro, se pronuncia con temblor y con fuego.
Desde que partiste, hace tres lunas largas, me he negado a dejarte ir del todo. Me aferro a tu voz, a tus gestos, a tu mirada que siempre apuntaba hacia los invisibles. Me aferro a ti como se aferra el pueblo a su esperanza.
Recuerdo aquel enero de 2013, cuando me ofrecieron ser Comisionado para el Diálogo con los Pueblos Indígenas. Acepté, sí, pero puse una condición: que tú, por tu conocimiento profundo, por tu ética sin concesiones, fueras delegado de la CDI en Baja California. Y así fue. Porque tú no pedías cargos, tú pedías causas.

Desde que llegué a Baja California en el 91, te vi caminar con la frente en alto y los pies en la tierra. Compartimos diagnósticos, rabias, ternuras. Mientras otros miraban hacia otro lado, tú estabas ahí, firme, sembrando justicia en los campos del olvido.
Cuando estalló la rebelión jornalera en San Quintín, tú no dudaste. Estuviste del lado correcto de la historia. Y en medio de esa lucha, nuestras compañeras de vida —Diana y Onica— tejieron con nosotros esa red de afectos y convicciones que aún sostiene nuestras causas.
Pero un día, sin aviso, decidiste partir. Y ese día se me quebró el alma. Me negué a aceptarlo. Me dolió hasta el silencio. Desde entonces, me he dedicado a hurgar en archivos, en memorias, en testimonios, para que tu nombre no se borre, para que tu legado siga caminando.
Tú, el ingeniero de la esperanza,
Formado en la UNAM y la UAM, nunca te conformaste con reproducir modelos. Tu pensamiento técnico fue insurgente. Denunciaste la colonización silenciosa que se escondía tras el desarrollo. Pero tu vocación no era la academia: era el pueblo.
En Oaxaca, en Nicaragua, en Chiapas, en Guerrero, en Baja California… tu mapa de vida fue el de las regiones olvidadas. Donde otros veían carencia, tú veías dignidad. Donde otros veían estadísticas, tú veías rostros.
Tú, la voz del valle,
Fundaste radios que no transmitían publicidad, sino dignidad. “La Voz de la Huasteca”, “La Voz del Valle”… eran tus trincheras sonoras. En ellas, los pueblos contaban su historia, tejían su futuro.
Investigaste la vida de los mixtecos, de los niños jornaleros, de las mujeres migrantes. Cada proyecto tuyo fue un acto de amor y rebeldía. Cada diagnóstico, una cartografía ética.
Tú, el caminante plural,
Fuiste asesor de la CNDH, del Congreso, de ayuntamientos, de organizaciones civiles. Pero nunca te encerraste en oficinas. Caminaste los campos, escuchaste los testimonios, convertiste cada diagnóstico en propuesta viva.
Diseñaste estrategias para los pueblos kumiai, Cucapa, Pai Pai, kiliwa y cochimí. Impulsaste foros, reglamentos, programas ecoturísticos, talleres sobre derechos indígenas. Tu mirada era integral: justicia, cultura, género, migración. Todo estaba conectado en tu ética.
Tu voz, Juan, fue brújula.
En tu toma de protesta como delegado, dijiste:
“Aquellos funcionarios que no quieran asumir los ritmos que nos imponen los pueblos, no tenemos absolutamente nada que hacer.”
Y sobre los derechos de las mujeres indígenas, fuiste claro:
“Los usos y costumbres se aplican siempre y cuando no se violen derechos humanos, y en especial los de las mujeres.”
Tus palabras no fueron discursos: fueron brújulas. Hablabas desde la entraña del territorio, desde la urgencia de la justicia, desde la ética de la escucha.
Tú, el rebelde que florece,
En 2015, cuando los jornaleros se levantaron, tú estuviste ahí. Denunciaste, acompañaste, liberaste. Pagaste fianzas, enfrentaste poderes fácticos, fuiste escudo institucional. Tu compromiso fue ternura radical.
Tu nombre se pronuncia como se pronuncian los de los que no traicionaron.
Tú, el pedagogo de la emancipación,
Diseñaste futuros. Elaboraste paquetes didácticos, programas autodidácticos, estrategias de formación para mujeres promotoras. Enseñaste para liberar, formaste para transformar.
Cada taller, cada foro, cada comunidad organizada fue parte de tu cosecha.
Y ahora, Juan, sembrador eterno,
Tu cuerpo se ha ido, pero tu legado sigue caminando. En cada mujer jornalera que exige respeto, en cada niño que aprende su lengua, en cada comunidad que defiende su tierra, tu nombre resuena como canto de lucha.
Fuiste ingeniero, economista, maestro, asesor, delegado. Pero sobre todo, fuiste compañero. Tu vida fue una epopeya silenciosa, tejida con humildad y coraje.
Que tu nombre se diga en voz alta,
Que en las aulas, en los campos, en los foros, se pronuncie como se pronuncian los de los grandes: con respeto, con amor, con rebeldía. Porque tú no fuiste un héroe de bronce, sino de carne y compromiso.
Y porque tu legado nos convoca a seguir sembrando justicia, como tú lo hiciste: sin descanso, sin miedo, sin olvido.
Juan Malagamba: hermanito del alma,
Te extraño con toda mi alma.
Te mando un abrazo con todo el cariño del mundo,
donde quiera que te encuentres.