Noroña: De Franciscano a Faraón
Crónica de una incongruencia anunciada y presumida
En tiempos donde la palabra pública se disfraza de espectáculo y la congruencia se convierte en rareza, este texto no busca escándalo, sino memoria. De Franciscano a Faraón: Crónica de una incongruencia anunciada y presumida es más que una denuncia: es un espejo ético ante la metamorfosis de quienes, habiendo prometido servir al pueblo, terminan celebrando el privilegio.
Aquí se narran cuatro actos —una casa, un crédito, un golpe, una frase— que no son anécdotas, sino síntomas. Y se convoca, desde la poesía y la crítica, a quienes aún creen que la política es servicio, no mármol. Porque la historia no absuelve la impudicia, la recuerda.
I. La casa como símbolo: el patrimonio del despropósito
La residencia en Tepoztlán no es solo una propiedad, es una declaración de principios invertidos. Con más de mil metros cuadrados de terreno y un valor superior a los doce millones de pesos, la casa se levanta como monumento a la impudicia. Noroña afirma que el préstamo fue personal, no hipotecario, como si eso despejara la niebla de la incongruencia. Pero el problema no es el origen del dinero, sino el destino del discurso.
En un país donde millones viven sin acceso a vivienda digna, ¿qué significa que un senador de la autoproclamada izquierda radical se refugie en el lujo? ¿Qué ética se construye cuando el privilegio se exhibe como conquista, y no como contradicción?
II. El crédito imposible: simulación financiera y tierra comunal
La casa no solo es símbolo, es enigma. Noroña asegura que la adquirió “a crédito”, pero no mediante hipoteca. Según sus propias declaraciones, se trata de un préstamo personal, pues por su edad no calificaba para un crédito bancario convencional. Sin embargo, el problema no es solo el tipo de crédito, sino su viabilidad jurídica.
En Tepoztlán, la tierra es comunal. No puede escriturarse, no puede hipotecarse, no puede usarse como garantía bancaria. Los Bienes Comunales del municipio han advertido que la propiedad adquirida por el senador se encuentra en territorio comunal, y que podrían iniciar un juicio de restitución por presuntas irregularidades. En ese régimen, ningún banco puede otorgar crédito respaldado por una escritura que no existe.
Entonces, ¿quién prestó el dinero? ¿Bajo qué condiciones? ¿Qué garantía se ofreció? La opacidad no es técnica, es política. Porque si la tierra no puede venderse legalmente, y el crédito no puede sustentarse jurídicamente, estamos ante una simulación: una operación que se disfraza de legalidad para blindar el privilegio. Y en esa simulación, el discurso se traiciona dos veces: primero al adquirir lo que no se puede adquirir, y luego al justificarlo con una ética de ocasión.
III. El espectáculo de la violencia: del debate al sabotaje
La metamorfosis no se limita al patrimonio. En días recientes, Noroña protagonizó un altercado físico con Alejandro “Alito” Moreno en el Senado. Empujones, amenazas, golpes. Un colaborador de Noroña fue pateado y su equipo destruido. Pero más allá del escándalo, lo que se oculta es la maniobra: el uso de la violencia como cortina de humo para cancelar el debate parlamentario.
El tema en discusión era incómodo: el patrimonio, la congruencia, la ética pública. Y ante la imposibilidad de sostener el discurso, Noroña optó por dinamitar el espacio deliberativo. No fue un arrebato, fue una estrategia. La sesión fue interrumpida, el debate desplazado, la atención secuestrada por el espectáculo.
La denuncia penal y el llamado al desafuero no borran el hecho: el recinto legislativo fue convertido en ring, y el argumento en golpe. Noroña no busca justicia, busca protagonismo. La violencia no es respuesta, es recurso. Y el recurso, en este caso, fue eficaz: se canceló el debate, se desvió la atención, se blindó la incongruencia.
IV. La congruencia como ruina: cuando el discurso se traiciona
“La austeridad es para el gobierno, no para mí”, dijo Noroña. La frase, lejos de ser una confesión, fue pronunciada con orgullo. Como si la ética fuera un traje de ocasión, y no una brújula permanente. Esa frase condensa la metamorfosis: del franciscano que denunciaba excesos, al faraón que los celebra.
Lo más grave no es la casa, ni el crédito, ni el golpe, ni la frase. Lo más grave es la normalización del despropósito. La idea de que se puede representar al pueblo desde el privilegio, y que la congruencia es un lujo prescindible. Noroña no solo ha cambiado de casa, ha cambiado de lugar en la historia.
La casa del espejo
No es la piedra ni el portón lo que pesa,
es el reflejo que traiciona la palabra.
La casa en Tepoztlán no es hogar,
es espejo roto de la congruencia.
El golpe en el Senado no es furia,
es teatro sin ética, sin pueblo.
Y la frase que absuelve el lujo
es sentencia contra la memoria.
Porque quien olvida el origen,
construye su ruina en mármol.
Y quien confunde el poder con el privilegio,
se exilia del pueblo aunque grite su nombre.
La metamorfosis no es evolución,
es renuncia.
Y en esa renuncia,
la historia no absuelve,
la historia recuerda.
Este texto no busca linchamiento, busca conciencia. No exige castigo, exige memoria. Porque cuando el crédito se disfraza, la tierra se simula, el debate se cancela y la ética se exhibe como lujo, el silencio se vuelve complicidad.
Que este artículo sea espejo, no epitafio. Que convoque, no cancele. Que recuerde, no repita.