¡AL HUESO!
Yo robé, tu roba
En unión fortalecida desde el poder, en nuestros días la impunidad ha fortalecido a la corrupción y, juntas, las dos inmorales conductas representan un desafío que la Presidenta Claudia Sheinbaum, pese a su obligación no ha querido enfrentar. Por lo mismo, se han convertido en el principal factor de desgaste del gobierno en solo un año de ejercicio.
“Los criminales ganan más que los políticos, por eso la tentación de sumarse”. Voltaire.
¿De que vivió López Obrador en los 12 años que mediaron entre el término de su mandato en el Distrito Federal y su toma de protesta como Presidente? Una pregunta repetitiva, pero lo que fue un misterio cuya verdad pocos querían ver, a esta altura de los escándalos de corrupción durante su sexenio ha quedado a la vista de todos: siempre hubo captación y desvíos “para el movimiento”.
Prestidigitador de la mentira, si se le cuestionaba sobre sus ingresos, argumentaba que provenían de la venta de sus libros, sustento económico que apenas logran quienes venden millones de ejemplares, dado que la escritura es hoy más deporte que profesión.
A través de la manipulación, el tabasqueño logró crear la imagen de un hombre austero y honrado, que comprometió ante el país una lucha decidida contra nuestro principal mal, la corrupción, esa que sin embargo lo muestra hoy sumergido hasta el cuello.
Allí están las grabaciones de Julio Scherer Ibarra, hijo del prestigiado periodista, protagonista central de las extorsiones denunciadas en el libro “Traición en Palacio”, solicitando dinero a Julio Villarreal Guajardo, cabeza del Grupo Villacero, para apoyar a candidatos de López Obrador en las campañas de 2012.
También los videos de los hermanos Pío y Martiniano recibiendo dinero proveniente del erario, o las del secretario privado, Alejandro Esquer, encabezando personalmente el carrusel de depósitos bancarios hormiga para “lavar” recursos de procedencia ilegal.
Grabaciones y denuncias documentadas dan fe de los negocios de hijos y familiares que dan sustento a la vida de lujos que evidencian con descaro, riqueza fraguada en torno a las obras de oropel impuestas por el macuspano en demérito de inversión pública necesaria.
Sin embargo, costumbre y método se remontan a mucho antes.
En una de las ocasiones en que el presidente emérito arguyó que siempre había vivido con 200 pesos en la bolsa y respaldado por amigos, un exfuncionario de Hacienda, hoy fallecido, lo desmintió en un comentario privado: “Cuando en el siglo pasado era un agitador que tomaba pozos petroleros en el sudeste, a mí me enviaron a entregarle maletas de dinero para que los desbloqueara”.
Fue el estilo que proliferó y dominó en el pasado sexenio, el que hoy acosa a diario a Claudia Sheinbaum, quien, pese a evidencias incontrovertibles, busca eludir los hechos y termina por encubrir a los principales responsables para evitar una confrontación con el poder de facto que opera desde Palenque.
Solo en el delito de robo o falseamientos fiscal de combustibles, el denominado “huachicol”, ejecutado por una red que involucró a la mayor parte de la cúpula política morenista, el propio gobierno calcula operaciones ilegales por 600 mil millones de pesos, de los que la Presidenta, según sus dichos, espera recuperar 16 mil millones.
Esos 16 mil millones, curiosamente, son cifra similar a la que el mismo gobierno reconoce como malversado por el amigo presidencial Ignacio Ovalle en Seguridad Alimentaria Mexicana, SEGALMEX, caso acerca del cual -norma cuando los delitos denunciados no pueden encubrirse- solamente se ha actuado contra funcionarios menores.
Otros casos no menos vergonzosos, el sobreprecio de casi cien por ciento en los costos de la refinería de Dos Bocas, obra a cargo de la inefable Rocío Nahle, hoy gobernadora de Veracruz, que con el Tren Maya y el aeropuerto Felipe Ángeles fueron de las canteras financieras en que medraron los López, sus amigos y una catarata de civiles y uniformados.
Ante la magnitud de esas fechorías, palidecen las detectadas y denunciadas por organizaciones civiles en el sector salud, las de la CFE encabezada por Manuel Bartlett y las internas de PEMEX bajo el mando de Octavio Romero Oropeza, acusado también en Estados Unidos de recibir supuestos sobornos seguramente destinados “al movimiento”. En los escalones bajos se inscriben hasta el fraude “olímpico” por más de 500 millones en la CONADE durante la gestión de Ana Gabriela Guevara.
A los señalados hay que sumar otros que, ante los grandes montos referidos, pierden importancia en lo económico y la imponen en sus ligas con el crimen, como Adán Augusto López, Américo Villarreal, Rubén Rocha Moya, Carlos Lomelí, Cuauhtémoc Blanco, Jaime Bonilla, Ramírez Bedolla, Salgado Macedonio, Ricardo Peralta y un largo etcétera…
Referirse a los hechos de corrupción en los que navegaron -¿y navegan?- sus cercanos, que López Obrador finge haber desconocido, resulta a estas alturas repetitivo y hasta cansador, pero es necesario por moral pública, ante la falta de sanción, mantener sus nombres en la memoria acusadora, que opera al menos como castigo social.
Porque tan grave como la misma corrupción es la impunidad, resultado de la práctica de encubrimiento que se ejerce hoy desde los más alto del gobierno para minimizarlos y encubrirlos, lo que se traduce en invitación a imitarlos y continuarlos.
Sin castigo no hay ley y se demuestra en el México de hoy, donde la impunidad es invitación al delito y parte de la decadencia moral de la sociedad.