Esto, También, Pasará
La tragedia nacional duele poco mientras que no llega a uno. La inercia nos permitió un sexenio de despilfarro económico y político, de dogma y populismo, de desorden e irresponsable discrecionalidad. La herencia maldita de la Cuarta Transformación, en un entorno cada vez más convulso, va acercando la tragedia a todos, cada vez más cerca los caídos, cada vez más familiares los muertos.
El lunes platiqué con un amigo: un empresario de Aguascalientes. Un contemporáneo dinámico y creativo, con experiencia internacional y estructura de primer mundo… a quien le agarraron los dedos en la puerta.
A él, como a toda una generación que creció con la promesa de la globalización, del desarrollo industrial de México, de la meritocracia y de una economía próspera, soportada por el estado de derecho y la confianza de las inversiones, le alcanzó la realidad.
Después de educarse en el Tec de Monterrey es contratado por una empresa líder en robótica industrial. Dos décadas después, habiendo encabezado la instalación de la subsidiaria en México, con más de ocho años como Director de Operaciones, en la plenitud de su vida profesional, en el 2013, decide independizarse.
Con su formación y experiencia inmediatamente se vuelve un referente en el diseño y fabricación de robotización en México.
Por mi parte, yo le llamé para darle las gracias por una referencia que me había hecho. Como generalmente hago, le pregunté cómo le iba.
Comenzó por decirme, con una tranquilidad sorprendente, que había cerrado. Me contó: Como nos sucedió a muchos en la industria, el 2022 y 2023 fueron años excepcionales, con las inversiones que fluyeron después de la pandemia, lo poco del “Nearshoring” y la reconfiguración de las cadenas de proveeduría, se contrataron grandes proyectos de automatización.
Pero, en junio de 2024, tras la elección en México, las cosas se frenaron. “Las cuentas se cerraron” – me decía sin que yo entendiera del todo.
Pronto caí en cuenta de a qué se refería. A mí me sucedió en el 2009, con la crisis financiera: las grandes empresas tractoras, grandes automotrices y autopartistas, transnacionales parte de corporativos de todo tipo de productos manufacturados de consumo e intermedios, fabricantes de partes y componentes que mandamos, sin terminar, a otros lados para que tomen su forma final, cierran las cuentas con la mano en la cintura y dejan de pagar proyectos de inversión, tan pronto sienten la incertidumbre.
Si no te cuidas, te agarran con las manos en la puerta con proyectos proceso, máquinas a medio completar, con buena parte del costo ejecutado y el compromiso con colaboradores de alto nivel (y costo), y créditos contratados para llevar a cabo el proyecto. No cancelan, formalmente, la inversión porque eso significaría saldar cuentas. Solo detienen los pagos, cierran las cuentas.
A mí me pasó en el 2009. Pero tuve suerte. Los estímulos de Obama, que venía entrando como presidente, generaron una liquidez excepcional y una recuperación sin precedente. A golpe y porrazo, pero aprendí.
Mi amigo no tuvo tanta suerte. Después de la elección de junio en México, se perfiló y llegó Trump. Las cuentas no reabrieron, los colaboradores no aguantaron, los proveedores se desesperaron, los acreedores no apoyaron, Hacienda no entendió. Todos buscando un pedazo de la cuenta que se mantenía cerrada.
La tragedia nacional duele poco mientras que no llega a uno. La inercia nos permitió un sexenio de despilfarro económico y político, de dogma y populismo, de desorden e irresponsable discrecionalidad. La herencia maldita de la Cuarta Transformación, en un entorno cada vez más convulso, va acercando la tragedia a todos, cada vez más cerca los caídos, cada vez más familiares los muertos.
Mi amigo y yo terminamos la conversación. Yo le ofrecí todo mi cariño, apoyo, amistad y, si en algo pudiera, dentro de mis posibilidades, ayuda. Él terminó la conversación con la misma tranquilidad con la que comenzó. Antes de colgar, con más esperanza de la que yo sentía, me contó de sus planes, de lo que aprendió y el rumbo a tomar hacia adelante.
La historia se repite. Nuestros papás: los nacidos entre 1935 y 1955, una generación que se educó en la UNAM y el Polí, que vivió el desarrollo estabilizador y “milagro mexicano”. Que consolidó una clase media y mandó a sus hijos, con muchos esfuerzos, a escuelas y universidades privadas. Que luchó por el cambio democrático y la apertura política. Que sufrió de demagogos populistas y crisis nacionales e internacionales en los setenta, ochentas y noventas. Que, al final, haiga sido como haiga sido, nos entregaron un mejor México del que recibieron.
Le marqué a un amigo y, mientras se me rompía el corazón, me inyectó la esperanza de que esto, también, pasará. Ahora nos toca a nosotros dejarle a nuestros hijos un mejor México del que recibimos.