Consecuencias
Trump ha sorprendido al mundo y a sus propios connacionales desafiando a la legalidad y la ética en el poder, polarizando a una sociedad, ya de por sí, propensa a la división
Nadie duda que México está pasando por una época complicada. El retroceso democrático y populismo irresponsable es causa de deterioro significativo en los rubros en los que, hasta hace pocos años, era razón suficiente para orgullosamente sentirse mexicano.
Las deudas pendientes que se usaron como bandera para propiciar un cambio de régimen que, si bien ha causado el deterioro de lo que funcionaba, no ha sido capaz de ofrecer alternativa de solución para lo que no.
México está viviendo tiempos complicados, no cabe duda. Pero, no sé, no puedo ver que la situación en México sea más compleja que la que vive el resto del mundo. En este sentido, la situación que vive nuestro vecino del norte me parece especialmente complicada.
Esta opinión no la aviento en el vacío, a lo largo de la vida he tenido la oportunidad de convivir con muy diversos tipos de norteamericanos en diversas regiones y diversas circunstancias. Desde niño conocí la vida familiar en el medio oeste y en el sureste, pasando mis veranos allá. Estudié en California y Arizona en diferentes etapas de mi vida y grados académicos. He tenido relación de trabajo y negocios en todas las regiones y he recorrido las carreteras a través de vastas zonas rurales.
En la primaria Roosevelt, en San José, viví la diversidad desde niño. Traduje para un compañero venezolano que no hablaba inglés, me hice amigo y luego me peleé a golpes con dos gemelos afroamericanos y observé a la distancia a la niña anglosajona que parecía inalcanzable.
En Los Ángeles conocí a Joe Perez (si, sin acento), un latino que no hablaba español; cuando lo cuestionaban, aseguraba que no tenía sangre mexicana, que era completamente californiano, de padres, abuelos, bisabuelos y hasta donde podía contar, todos nacidos en California.
Ahí también trabajé con Peter Fiouzi, de origen italiano, que se preciaba de traer zapatos de seis mil dólares, y no nos quiso decir cuanto costó su traje. Por su parte Max Makhijani y Ahit Shahani, uno en el norte y otro en el sur del estado, dos hindúes americanizados en el trabajo, que conservaban sus tradiciones cruzando la puerta de casa.
California es el estado de la Unión Americana donde he pasado más tiempo, lo he recorrido de arriba a abajo. Es el estado donde la paradoja norteamericana es más evidente. Un lugar donde todo se concentra, la belleza natural y diversidad de sus regiones y la magnificencia de sus ciudades junto con la extenuante complejidad del “melting pot” donde la diversidad de culturas, razas y etnias se juntan, pero nunca se mezclan.
California es una muestra, concentrada, de la complejidad que enfrentan nuestros vecinos del norte, de la mayoría de minorías que los caracteriza, y del gran reto que enfrentan. Un mosaico de identidades que viven en paralelo, creando fisuras profundas bajo una superficie de aparente unidad.
Es sobre estas fisuras donde el Presidente ha podido construir su poder. Trump ha sorprendido al mundo y a sus propios connacionales desafiando a la legalidad y la ética en el poder, polarizando a una sociedad, ya de por sí, propensa a la división. Ha gobernado por impulsos, alejado de la razón, el conocimiento y la técnica. Los pesos y contrapesos han reaccionado como elefante reumático que es el aparato de gobierno, pesado y lento, sorprendido, enojado y pasmado sin poder activarse a la velocidad requerida.
En cinco días se ha encendido la sociedad, la narrativa y la política. Hemos visto como la irresponsabilidad populista y los abusos de un gobierno que no cree en la democracia pueden estallar en una sociedad que ha perdido su sentido de comunidad. Una sociedad que se ha polarizado sin poder dialogar y donde el armamentismo y el feroz individualismo se vuelcan hacia adentro de sí misma. Solo falta un detonante, si es que no se dio ya.
México está viviendo tiempos complicados, pero, acostumbrados a la inestabilidad y confrontación, hemos adquirido cierta resiliencia y, de alguna forma, ya nos la sabemos.
Pero, con EE. UU. es diferente: Cada vez que una potencia mundial se tambalea de esta forma, las consecuencias son, potencialmente mucho, pero mucho, más grandes. Un escenario para el que nadie está preparado.