¡AL HUESO!
Indigna dignidad
Ante la sostenida presión del habitante de la Casa Blanca para obligar a México a aceptar sus intereses, desde Palacio Nacional se alude a la “dignidad Nacional” como escudo. Sin embargo, ¿puede haberla cuando no hay dignidad personal en la mayoría de quienes ostentan el poder, marcados por la corrupción, los abusos y las complicidades.
“Un dilema es un político tratando de salvar sus dos caras a la vez”. Lincoln.
Desarrollado sucesivamente por los grandes pensadores griegos, el de la dignidad es un concepto filosófico inherente en su esencia al individuo, en cuanto a valores fundamentales del ser humano, como libertad, respeto a la individualidad y responsabilidad personal frente a sus actos.
Sujeto al devenir mismo de la humanidad y sus diferentes formas de organización social, el concepto de dignidad alcanzó su mayor expresión a fines de la primera mitad del Siglo XX, con la Declaración Universal de Derechos Humanos, fruto en gran parte de la vergonzosa culpa mundial por el Holocausto.
El consenso alcanzado en la Asamblea de la recién surgida ONU, llevó a una progresiva incorporación de esos derechos -la dignidad como base- a las constituciones nacionales y el concepto, más allá de los individuos, se amplió a organizaciones y naciones.
Surgió así, entre otras, la “dignidad nacional”, tan en boga en nuestro país como barrera retórica ante la agresión sostenida de nuestro vecino del norte, un político sin límites.
Y allí está el detalle, como asentó Cantinflas en la película homónima.
Existen innumerables desarrollos intelectuales en torno a esta figura derivada y los resume una definición de dignidad nacional generada por la inteligencia artificial:
"La dignidad nacional es un concepto amplio que abarca la identidad, la soberanía, el desarrollo y la justicia social de un país, y se manifiesta en la defensa de sus valores, la ética y el bienestar de su pueblo”.
En esos valores, junto a la soberanía, la autonomía y la autodeterminación, se inscriben derechos humanos básicos, como igualdad, respeto a la pluralidad, seguridad, educación, salud, oportunidades igualitarias y garantía de justicia.
Son valores y derechos cuya defensa y cumplimiento recaen como obligación en el gobierno conductor del destino inmediato de cada nación, para lo cual los conformantes del cuerpo mandatario deben ser, por tanto y en sí mismos, dignos, actuar con integridad, ética y responsabilidad, merecer respeto.
Desgraciadamente no podemos reconocer ni avalar esos valores en lo que han sido en promedio nuestros gobiernos y menos en los dos más recientes.
A la luz de la realidad puntual, allí se cae el discurso defensivo ante la sostenida agresión del vecino, porque lo que falta en la mayoría de los políticos que aquí detentan el poder es precisamente integridad, ética y por tanto dignidad personal.
Mienten en forma descarada, manipulan la realidad, ocultan la verdad, no respetan la pluralidad, hacen uso selectivo de la justicia, son parte de la inseguridad, están enlodados por la corrupción, son reyes de la impunidad, niegan por incompetencia derechos como el de la salud. Y más.
No podemos considerar persona digna a Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, que confesó haber negociado y establecido acuerdos jefes de la delincuencia para llegar al cargo y poder “gobernar”.
Por los mismos motivos, tampoco su colega Américo Villarreal. Menos Rocío Nahle, que ha dejado una alfombra de corrupción en su paso por puestos desde el pasado gobierno.
Que decir de los hermanitos López Obrador, los López Beltrán, más la primada y los amigos, con pruebas grabadas y videograbadas de sus negocios ilícitos, al amparo de un gobierno que enarbolaba con descaro la mentirosa bandera de su honestidad.
Sin entrar en detalles, basta nombrarlos para tener una imagen panorámica del descaro e indignidad en el poder: Adán Augusto, Monreal, Bartlett, Noroña, Mario Delgado, Dolores Padierna, Alejandro Esquer, Ramírez Cuevas, Salgado Macedonio, Ignacio Ovalle, Bonilla, Scherer Ibarra, Pedro Haces, Gómez Urrutia, Santiago Nieto, Delfina Gómez y sumen…
Son los que calladamente rieron el domingo ante el discurso de la dirigente partidaria formal, Luisa María Alcalde, asegurando que no habría impunidad para quien traicionara los principios -eso dijo- del morenismo, a lo que el coro le respondió con un “no estás solo”, en respaldo de Adán López, en este momento el más salpicado de su propio lodo.
Ese conjunto de inmorales falencias afecta y debilita hasta casi anular el concepto de “dignidad Nacional” y vulnera la soberanía. Historia inmediata y presente, son arma y argumento justificatorio para la sostenida y creciente presión de Donald Trump.
Si la mayoría de quienes hoy representan a la nación no puede ostentar dignidad individual, ¿de qué dignidad nacional hablamos?