La toga como disfraz: 165 años de exclusión y cinco minutos de escándalo
Cuando los grandes litigantes callaron ante la exclusión indígena, pero hoy se rasgan las togas por Hugo Aguilar Ortiz
“El que lleva el bastón debe escuchar más que hablar, y cuidar más que mandar.”
Jefe Chakoka Anico (Pueblo Kikapú)
Silencio institucional: 165 años sin rostro indígena
Durante más de siglo y medio, ningún indígena formó parte de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. 165 años de sentencias dictadas sin la mirada de los pueblos originarios. Y en todo ese tiempo, los grandes litigantes guardaron silencio. No hubo escándalo. No hubo columnas. No hubo adjetivos.
Pero bastó una ceremonia, un bastón de mando, y la presencia de Hugo Aguilar Ortiz en la SCJN para que aparecieran los denuestos:
“¡Eso es una jalada!”, “¡Están haciendo el ridículo!”, “¡Es una payasada!”
No son críticas jurídicas. Son expresiones racistas.
Y lo más grave: provienen de abogados que se presumen defensores del derecho, pero jamás defendieron el derecho de los pueblos indígenas a estar ahí.
El bastón no es una ocurrencia, es un mandato ancestral
La ceremonia del bastón de mando no es espectáculo. Es continuidad.
Quien lo entrega honra. Quien lo recibe se compromete.
Y quien lo desprecia, revela su ignorancia y su clasismo.
La crítica contra Hugo Aguilar Ortiz no es técnica, es visceral.
No es jurídica, es colonial.
Lo que incomoda no es el acto, es el sujeto.
Lo que se niega no es la legalidad, es la legitimidad cultural.
Exclusión con cifras: la justicia que no ve ni escucha
- Más de 23 millones de personas se auto adscriben a algún pueblo indígena.
- Solo 6 de más de 3,000 aspirantes a jueces y magistrados se identificaron como indígenas.
- La mortalidad materna en comunidades indígenas es hasta tres veces mayor que en zonas urbanas.
- El 80% de los municipios con mayor pobreza extrema son indígenas.
- El Estado ha permitido que bandas criminales controlen territorios indígenas.
La exclusión no es una falla. Es una política.
El abandono institucional se ha convertido en complicidad silenciosa.
Los Acuerdos de San Andrés: el pacto traicionado
En 1996, el Estado mexicano y el EZLN firmaron los Acuerdos de San Andrés Larráinzar.
Se prometió una nueva relación basada en respeto, participación y reconocimiento.
Pero la reforma constitucional de 2001 desfiguró el espíritu de San Andrés.
Y hoy, mientras se entrega un bastón de mando en la SCJN, los pueblos siguen esperando que se cumpla lo pactado.
¿Dónde estaban los grandes litigantes cuando la Corte era monocromática?
Durante 165 años, la SCJN fue un espacio sin rostro indígena.
¿Dónde estaban entonces los que hoy se escandalizan?
¿Dónde estaban los que hoy se burlan del bastón de mando?
¿Dónde estaban los que se presumen defensores del derecho, pero jamás defendieron el derecho a la representación?
Su silencio fue cómplice.
Su escándalo tardío es hipócrita.
Y su crítica actual, lejos de elevar el debate, revela una profunda incomodidad ante el avance de la justicia plural.
El gremio jurídico: arquitectura del olvido
No fue ignorancia. Fue diseño.
Las universidades no enseñaron derecho indígena.
Las barras de abogados no defendieron los Acuerdos.
Los litigantes no presentaron amparos colectivos.
La toga se convirtió en disfraz.
Y el derecho, en herramienta de exclusión.
El bastón no se entrega, se levanta
La inclusión no se mendiga, se exige.
La justicia no se burla, se construye.
Y la dignidad de los pueblos originarios no se debate, se honra.
Ha llegado la hora de que el Estado mexicano deje de simular inclusión y empiece a garantizarla.
No con ceremonias vacías, sino con políticas públicas permanentes.
No con discursos, sino con territorio, salud, justicia y vida digna.
Porque el bastón de mando no es folclor.
Es brújula.
Es memoria.
Es mandato.
Y quienes lo desprecian, no están defendiendo el derecho.
Están defendiendo su privilegio.