¡AL HUESO!
López, el nictófilo
Son muchos los agraviados por las ilegalidades, los excesos y las agresiones de un mandato que manipuló la esperanza popular, traicionó sus propios postulados y sin duda pasará a la historia como peor que “los del pasado”.
"No vamos a ocultar nada, no vamos a ser tapadera de nadie". López Obrador, 6/12/2018.
“Nombren o no nombren, el INAI no sirve para nada… nada más era (sic) una fachada para encubrir corruptelas de los funcionarios”, asentó desde la tribuna matinal el Presidente y, lapsus entre líneas, dejó en claro que su deseo íntimo es desaparecer otro organismo de contrapeso, ese que gestionando respuestas a demandas ciudadanas ha permitido ventilar la corrupción de un sexenio que pregona honestidad y ejerce oscuridad.
“¡Se aguantan… será cuando nosotros digamos!”, lanzó desde el parlamento un día antes Félix Salgado Macedonio, quien para vergüenza nacional cobra como senador y a la vez es la mano que mece la cuna de su hija en la gubernatura de Guerrero, puesto que el no pudo alcanzar por sus negros antecedentes, entre ellos acoso y violación.
Como marco, la revelación de la reunión del secretario de Gobernación, Adán Augusto López, con los senadores de MORENA, en que dio a conocer la instrucción presidencial de dejar inoperante al Instituto Nacional de Acceso a la Información.
Se desenmascaró así la mayor traición al país, a sus ciudadanos y a los propios compromisos políticos del hoy Presidente durante los doce años en que realizó campaña electoral.
Su exigencia permanente fue transparentar los actos de gobierno y particularmente el uso de los recursos públicos, con insistencia durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. En su ejercicio de la Presidencia, por el contrario, ha imperado la opacidad y la discrecionalidad nebulosa en el gasto.
Estorbo para ello, sin embargo, el derecho ciudadano al acceso a la información de gobierno, ejercido principalmente por los medios de comunicación a través del INAI, se constituyó en una ventana que arrojó luz sobre la corrupción en una administración que día a día vocifera sobre su combate, aunque la ejerce a plenitud.
A través del Instituto se han obtenido datos fundamentales para develar escándalos de corrupción como los negocios de la familia Bartlett, los entretelones de la “casa gris” del hijo José Ramón López Beltrán y sus turbias relaciones con Petróleos Mexicanos, la adjudicación irregular de contratos en PEMEX y la CFE, y un largo etcétera.
A través de la misma institución se ha abonado a poner en conocimiento público los escandalosos sobrecostos en las obras faraónicas e inútiles de los caprichos presidenciales, en que la refinería que no refina, un tren sin destino y el aeropuerto que no vuela, han costado hasta el doble de lo declarado, porque sin estudios ni proyecciones reales se pusieron en marcha para complacer la voluntad de López Obrador.
Atajo para frenar la odiosa transparencia fue entregar buena parte de la aplicación de recursos públicos al siempre muy nebuloso control de las fuerzas armadas, donde bajo el consabido y manoseado argumento de la “seguridad nacional” se cierra espacio a la visión ciudadana y, se ha develado, causa envidias, celos y pugnas internas por el control del dinero y sus prebendas.
Otro, repetir la inaceptable excusa burocrática de responder a los solicitantes que no se encontró la información requerida en determinadas dependencias, o que se debió solicitar a otras instancias, abriendo espacio así a la elusión de un derecho por el cual los ciudadanos -y el mismo que hoy lo obstruye- lucharon por años.
Estribo para maniatar al Instituto y ponerlo en situación de inanición, ha sido utilizar la abstención de la mayoría parlamentaria morenista como negativa a la designación de los integrantes faltantes en el consejo superior del INAI. Se evita así el cuórum necesario para funcionamiento de esa instancia rectora.
En este momento, López Obrador ha logrado temporalmente el objetivo de maniatar al organismo que ve como amenaza y obstáculo para ese autoritarismo con el que un día sí y otros más, viola leyes, desobedece procedimientos, solapa corrupción y pretende ocultar una ola de deshonestidad funcionaria que efectivamente no es igual sino peor que la de sus antecesores, porque se da en todos los órdenes.
Sin embargo, esa discrecionalidad-impunidad no será de larga duración. Al término del sexenio, en el ya muy cercano primero de octubre de 2024, se avizora una avalancha de demandas contra quien promete irse merecida y rápidamente a su rancho.
Son muchos los agraviados por las ilegalidades, los excesos y las agresiones de un mandato que manipuló la esperanza popular, traicionó sus propios postulados y sin duda pasará a la historia como peor que “los del pasado”.
El sexenio entró en la recta final y López Obrador, al sufrir la pérdida de poder, trata de acelerar la imposición hereditaria de su visión populista y retrógrada, la de un México aldeano, de sometimiento caciquil, que ya no existe ni puede existir en un mundo globalizado y de creciente interdependencia.
Lo hemos señalado con anterioridad, el actual Presidente es el primero en saber y temer que quien quiera le suceda, así sea de sus propias filas, deberá marcar un severo golpe de timón político, para imponer una personalidad propia con cambios profundos al legado nefasto que él deja, requisito ineludible para recuperar gobernabilidad.