¡AL HUESO!
Duele México
El deterioro de México en todos los sentidos es patente, sumido en un juego perverso de voracidades del partido en el poder y con una debilidad como país que ensombrece el futuro, mientras la sociedad permanece abúlica frente a la destrucción.
“El poder no cambia a las personas, solo hace caer sus máscaras”. José Mujica. (+)
Duele ver el México de hoy, sumido en una crisis moral que inicia en la cúspide del poder.
Un Estado conducido sin estatura ni compromiso real con los ciudadanos y con el futuro, sometido a voracidades personales o grupales, incapaz de cumplir al menos la razón prima de su existencia, otorgar seguridad a la población en su amplio espectro.
Un país vapuleado, en que la democracia decrece, el derecho a la salud se mendiga y la educación se empobrece. En el cual se pregona como virtud la sumisión comprada con falsa política social, que de paso ha sido fuente de enriquecimientos ilícitos.
Hiere un gobierno autodefinido como “transformador”, cuando utiliza los recursos públicos en compra de voluntades para acrecentar y perpetuar el control de un poder usado en forma facciosa.
Donde hoy es una realidad que la vida no vale nada y se hizo cotidiana la indiferencia ante la violencia y el río de sangre.
Duele el país en que madres buscadoras, ciudadanos activos, periodistas, servidores honestos, desafían diario a la muerte por denunciar al crimen y mostrar el horror.
Un México con desprecio por el medio ambiente y la trasparencia, en que la prometida transformación ha significado retroceso de décadas, borrando con autoritarismo, manipulación y prepotencia instituciones e instancias fruto de luchas cívicas.
En que el pasado imperfecto, criticado a diario, había ido cambiando como resultado de luchas ciudadanas con participación de quienes hoy las traicionan.
Un México con zonas de soberanía retórica, allí donde asienta su dominio la delincuencia y, lo dicen pobladores, a veces gobierna mejor que los políticos. O mata a los que no les cumplen o se niegan.
Donde basta pasar suavemente el dedo por la superficie de cualquier nivel de gobierno para sacar a luz lodo de componendas inconfesables, de dinero público mal usado y riqueza mal habida, estafa permanente a la sociedad.
Duele escuchar cada día la mentira como instrumento de gobierno, con elusiones y agresiones para tratar de ocultar o minimizar una dura realidad, demostradora incesante del mal camino por el cual nos hacen transitar.
Oír como se califica de gran logro reducir por un día los asesinatos, para al siguiente y los subsecuentes reiterar en los hechos lo oprobioso de ser uno de los países más peligrosos para la vida. Situarnos de los primeros en corrupción y de los últimos en desarrollo.
Humilla el talón de Aquiles del involucramiento de autoridades con criminales, base de un poder extranjero para desenmascarar, presionar y obligar.
Asombra que la Presidenta, ante la gravedad de la crisis política en Baja California, entidad sumida en permanente zozobra, lejos de cuestionar y exigir a la gobernadora, se deslinde aduciendo “asunto personal”.
No hay palabras para calificar cuando un símbolo nacional, el velero Cuauhtémoc, es usado en el extranjero para proselitismo del partido en el poder.
Avergüenza el nivel de albañal de la mayoría en el Legislativo, donde mediocres, falsos, sin representación real, carentes de nivel de razonamiento y visión, traicionan a los ciudadanos avalando con prisa y sin consulta lo que no conocen y/o ni llegan a entender.
Hace temblar de cara al futuro un Poder Judicial siempre deficiente, marcado por la corrupción y la conveniencia, en adelante empeorado por incapacidad y sometido al arbitrio de un cada día más autoritario y ensoberbecido Ejecutivo.
Duele una sociedad abúlica hacia la crítica y la exigencia. Que por decepción ante la sordera, por hedonismo, por el yugo de la diaria sobrevivencia o por recibir migajas, permanece inmovilizada, no repara en el daño y acepta como natural lo inaceptable, la destrucción de nuestras bases democráticas.
Duele un país incapaz de renovar liderazgos, con una oposición que arrastra sus propios pecados del pasado como lastre de toda iniciativa de convocatoria.
Duele que a quien ideó y encabezó la mayor destrucción y el atraso, se le otorgue el estatus de héroe nacional y se solape su inmoralidad desde la principal tribuna del país.
Duele la decepción. Que la primera mujer mandataria, a quien hasta acérrimos opositores otorgaron algún grado de confianza, se vea desorientada, aduzca desinformación, actúe como justificadora y encubridora, encabece la continuidad de la destrucción, no quiera o no logre transformar su popularidad vacua en poder para rectificar, castigar y abrir la regeneración.