Pepe Osuna Camacho, el hombre que nunca se rindió
Crónica de una amistad que cruzó trincheras, refundó la dignidad política y sembró ternura en medio de la tormenta
Con todo mi aprecio y mi respeto para la familia de José Osuna Camacho: A su esposa, a sus hijos, a sus hermanos, a sus nietos, y a todos quienes lo amaron en la intimidad de los días.
Este texto es también suyo. Porque detrás del hombre público, del estratega lúcido, del constructor de conciencia, estuvo siempre el padre tierno, el compañero generoso, el abuelo atento, el hermano solidario. Ustedes lo sostuvieron en silencio, lo acompañaron en la lucha, lo cuidaron en la enfermedad, lo abrazaron en la partida.
Gracias por compartirlo con nosotros. Gracias por permitirnos caminar a su lado. Gracias por sostener su legado con dignidad.
Hoy, al recordar a Pepe, no lo hacemos desde la nostalgia, sino desde la gratitud. Porque su vida fue semilla, y ustedes son tierra fértil.
Una alianza en medio de la derrota
Conocí a José Osuna Camacho en 1991, cuando llegué a Tijuana. Desde el inicio nos tratamos con simpatía y afecto, como dos hombres que intuían que algún día caminarían juntos. En 1994, cuando fui candidato a diputado federal por el sexto distrito —un distrito que el PRI había perdido en las elecciones de 1991—, Pepe me apoyó con convicción. No lo hizo por encargo, lo hizo por causa. Ganamos esa elección, y su respaldo fue clave.
Pero fue en 1998 cuando nuestra relación se volvió más cercana, más cotidiana, más política. El PRI sufría una derrota generalizada en Baja California: perdió las alcaldías de Tijuana y Rosarito, y todos los distritos locales… salvo uno. El Distrito 16 resistió. Yo fui candidato, él mi delegado. Ganamos. No por maquinaria, sino por convicción. No por cálculo, sino por ética.
Pepe no era un operador político más. Era un estratega con brújula moral. Recorrimos colonias, escuchamos a la gente, tejimos confianza. Recuerdo una tarde en Rosarito, después de una reunión tensa, me dijo: “Aquí no se gana con discursos, se gana con dignidad. Y eso tú lo tienes.” Esa frase me marcó.
Renunciar para seguir siendo uno mismo
Durante más de cuatro décadas, Pepe militó en el PRI. Fue dirigente municipal, consejero político, presidente de comisiones ideológicas. Ocupó cargos en gobiernos municipales bajo Carlos Bustamante y Jorge Hank Rhon. Pero cuando el PRI traicionó sus principios, él no dudó.
En 2015, presentó su renuncia con una carta que fue más que un documento: fue una declaración de conciencia. En ella escribió:
“No me siento identificado con este nuevo PRI conservador y de derecha.”
Y luego, en una segunda carta dirigida a la militancia, explicó con lucidez por qué ya no podía seguir: la reforma laboral, el despojo energético, la simulación democrática. No se fue por enojo, se fue por ética.
Morena: esperanza, advertencia y congruencia
Ingresó a Morena con la esperanza de que ahí sí se pudiera construir el país que soñaba. Coordinó la campaña al Senado de Jaime Bonilla en 2018, y fue él quien me convocó para elaborar la Agenda Legislativa para la Frontera Norte. A pesar de las tensiones que yo tenía con Bonilla —por la demanda que le puse a Donald Trump por fraude inmobiliario— Pepe me llamó, me explicó, me pidió que aceptara.
Lo hice por él, por su visión, por su confianza. Me decía:
“Si tú aceptas, yo me quedo tranquilo. Porque sé que no vas a traicionar la causa.”
Durante la campaña, me buscaba para revisar pendientes, compartir preocupaciones tácticas, estratégicas, conceptuales. Temía que Morena, una vez en el poder, fuera presa de los mismos intereses que habían desfondado al PRI. Su visión era clara: el poder sin ética es simulación.
La Habana: medicina, esperanza y dignidad
En agosto de 2016, Pepe me compartió una noticia que nos estremeció: le habían detectado cáncer de colon. Me pidió que lo llevara a La Habana, para buscar tratamiento en Cuba. Lo hice. Lo acompañé. En esa travesía no hubo discursos, hubo esperanza.
En una fotografía aparece conversando con una doctora de Labiofam. En otra, una receta médica escrita a mano. En todas, su dignidad intacta. Me decía: “No me preocupa morir, me preocupa no haber hecho lo suficiente.” Y lo hizo. Hasta el último día.
Refundar Baja California desde la dignidad
Juntos fundamos el Centro de Estudios y Proyectos de la Frontera Norte “Ing. Heberto Castillo Martínez”. Él como Coordinador General, yo como Presidente. Diseñamos el Manifiesto por la Refundación de Baja California, firmado por centenas de ciudadanos. Queríamos construir una plataforma ética, técnica y territorial para acompañar el proceso de transformación nacional.
Recuerdo el día que firmó ante notario la constitución del Centro, desde su cama en el hospital. Me dijo: “Esto no es un trámite, es una promesa. Que aunque yo no esté, tú sigas.” Y aquí estoy, cumpliendo.
Tecate: el último recorrido
En septiembre de 2018, recorrimos juntos las calles de Tecate. Caminaba con dificultad, pero no se rendía. En una imagen estamos los dos, caminando entre casas, obreros, vecinos. Era su manera de despedirse del territorio que tanto amó.
El 2 de octubre de 2018, Pepe falleció. Pero su voz no se apagó. El 27 de octubre, en el Teatro de la Ciudad de Tecate, le rendimos homenaje. Estaban sus hijos, su esposa, sus compañeros del Centro Heberto Castillo. Yo compartí un discurso que hoy se convierte en carta.

Últimos diálogos: la ternura como brújula política
En sus últimos mensajes, Pepe no hablaba de sí mismo. Hablaba de causas, de futuro, de ternura. Como aquel correo que me envió por mi cumpleaños:
“Pásatela suave. Déjate apapachar. Goza tu día. ¡Felicidades!”
Ese mensaje no fue un gesto menor. Fue la expresión de una amistad profunda, tejida en campañas, hospitales, cafés, silencios. Fue la voz de alguien que sabía que la política no se hace sólo con ideas, sino también con cariño.
El pensamiento sembrado: el Manifiesto como legado ético
El Manifiesto por la Refundación de Baja California no fue un documento técnico. Fue una declaración de principios. Una brújula ética. Un llamado urgente. En él se denuncia la captura institucional por oligarquías locales, el despojo de los recursos públicos, la simulación democrática. Pero también se propone: recuperar la soberanía territorial, construir ciudadanía activa, formar consejos ciudadanos, auditar desde abajo, refundar desde la dignidad.
“La refundación no será obra de un gobierno, sino de una sociedad organizada, crítica y movilizada.”
Ese manifiesto es, en muchos sentidos, el testamento político de José Osuna Camacho. Fue escrito en un momento de esperanza, pero también de alerta. Y hoy, al recordarlo, no sólo recuperamos sus ideas: recuperamos su voz, su mirada, su ternura.
La firma en El Hongo: sembrar pensamiento en tierra digna
El manifiesto estaba listo para presentarse el 2 de octubre de 2018. Pero ese día, la historia cambió. José Osuna Camacho falleció. Y nosotros, sus compañeros, sus amigos, sus cómplices de causa, decidimos que no era momento de proclamar ideas: era momento de guardar silencio, de honrar su partida, de abrazar su memoria.
La firma se pospuso. Y se realizó el 12 de octubre, en el Poblado El Hongo, en Tecate. No fue un acto protocolario. Fue una ceremonia de siembra. En ese poblado fronterizo, rodeado de montañas y dignidad, se firmó el manifiesto que él había ayudado a construir. Y se hizo con un recordatorio explícito: que ese documento llevaba su voz, su mirada, su ternura.
Ese día, no sólo se firmó un texto. Se sembró una promesa. La promesa de que su pensamiento seguiría vivo. De que su ética seguiría guiando. De que su ejemplo seguiría convocando.
Pepe el hombre que nunca se rindió
Pepe Osuna Camacho trascendió los partidos a los que perteneció. Traspasó las fronteras de Baja California. Fue formador de generaciones, constructor de conciencia, tejedor de ternura. Su liderazgo no se medía en cargos, sino en confianza. Su ética no se proclamaba, se practicaba.
Hoy lo recuerdo como lo que fue: amigo del alma, arquitecto de la dignidad política, hombre que nunca se rindió.
Y si algún día alguien pregunta quién fue Pepe Osuna Camacho, que se diga esto:
Fue el hombre que caminó con la frente en alto entre los pliegues de la historia.
El que no se vendió ni se quebró.
El que sembró ternura en medio de la tormenta.
El que supo que la política es palabra pública, no simulación privada.
El que cabalga —desde siempre y para siempre— entre los justos, los sinceros, los libertarios.
El que nos enseñó que la congruencia no se grita: se vive.
El que, aún en su último aliento, seguía sembrando futuro.
Tijuana BC a 7 de septiembre del 2025