Cuando Las Mentiras Sean Intolerables
La sociedad lo permitimos, nos conformamos y, en ocasiones, hasta nos regodeamos en el sistema de partidos políticos, de sistema electoral, que construimos. Orgullosamente permitimos que nos excluyeran. Que los partidos se enconcharan y los políticos se corrompieran.
En un ambiente polarizado es fácil confundir la crítica abierta y asertiva, el análisis profundo basado en conocimiento y datos, con teorías de conspiración y manipulación: con ser oposición.
Mantener una posición moderada, analítica y crítica, sin filias ni fobias, sin ideologías ciegas, pero con posiciones éticas y morales firmes. Con base en ellas, alzar la voz, gritar fuerte en defensa de la verdad, de los valores y los ideales que estos soportan es cada vez más complicado, se vuelve riesgoso. La moderación pasa a la autocensura.
Por eso, la carta titulada “Por una reforma electoral producto del diálogo y el consenso”, un bello y muy bien intencionado escrito, de poco sirve en la realidad actual. Los signatarios: un digno grupo de expertos electorales dicen lo que tienen que decir, pero lo hacen suavecito, sin la fuerza que requiere tener.
Con la reforma electoral se anuncia el final de la frágil y deficiente época democrática que México vivió. No hay equivocación, López Obrador y su pandilla cumplieron su condena, son un peligro para México, para la nación de libertades, derechos, responsabilidades y desarrollo que pudimos ser.
Pero la Cuarta Transformación no llegó sola. Llegó montada en una clase política enconchada y corrompida, corrupta.
Corrupción, no en el sentido legal, ni en la connotación vacía que blandió López Obrador con su pañuelito blanco. Corrupta en el sentido de que perdió el rumbo, el norte verdadero, el objeto y los valores de quien se crece con servir a lo que más alimenta al ser humano, la nación, la sociedad, la tierra y las personas.
El movimiento que nos gobierna azuzó a una población hastiada y lastimada. Acostumbrada a muchas cartas similares, buenas intenciones e ideas elevadas, pero a la que no le cumplieron.
Así, legitimó proponer y ejecutar las barbaridades que han hecho: la supeditación de la ley y la economía a la política, la destrucción del sistema de contrapesos en la acción de gobierno y la concentración del poder del estado en el ejecutivo y sus allegados, leales, políticos.
Para finales de 2026 viviremos en un México diferente, irreconocible para los expertos signatarios; el sistema electoral, el último débil pedestal de la democracia mexicana, no tiene quien lo defienda.
La comisión encargada de “legitimarla” ya está formada. Su composición evidencia que no hay cabida a visiones divergentes. Su convocatoria a la sociedad, con voz y sin voto, es diálogo de sordos: nada que se pueda presentar en cualquier foro, carta, conversatorio, u otro método que se use, será escuchado.
Lo que puedan decir los partidos de oposición desde tribuna quedará en mera anécdota; ninguna oportunidad hay, de hacer una contención real. Y si la tuvieran, no tienen la legitimidad. En ellos esta, la clase política que construyó la escalera para López Obrador.
La sociedad lo permitimos, nos conformamos y, en ocasiones, hasta nos regodeamos en el sistema de partidos políticos, de sistema electoral, que construimos. Orgullosamente permitimos que nos excluyeran. Que los partidos se enconcharan y los políticos se corrompieran.
Ni como detenerla; la reforma electoral que plantea el oficialismo va. La pérdida de la proporcionalidad representativa, el control político y de recursos del órgano electoral y la contención financiera, mediática y operacional de cualquier tipo de oposición será una realidad.
Sería ingenuo pensar que el oficialismo se contendrá. Solo basta voltear un poco la mirada hacia el norte para darnos cuenta de que por más instituciones, tradición democrática y estado de derecho que se pueda presumir (cosas que en México ya perdimos), la esencia de la democracia se sostiene solamente en la voluntad del pueblo. Y, si este deja de creer en el valor de la inclusión, la equidad, la libertad y el respeto a derecho ajeno, cualquier demagogo puede debilitarla y hasta acabar con ella.
La reforma electoral que acabará con la posibilidad de elegir va. Al tiempo actuarán los contrapesos. No serán los intelectuales, académicos y activistas de la democracia, no la clase política de oposición, ni las sanguijuelas que se han acomodado al amparo del oficialismo.
La oposición a la regresión autoritaria, al sistema discrecional de favoritismos y castigos, a la pérdida de derechos individuales y de libertad, solo vendrá de la sociedad. Dolorosamente, solo se activará cuando la realidad se imponga y las mentiras del oficialismo se vuelvan intolerables.